02 septiembre, 2024

Sa Galera

Hay edificios que acumulan desde sus cimientos hasta la azotea las distintas capas de la historia de una ciudad, con sus necesidades, desgracias, conquistas, modas. No hablamos de grandes monumentos, sino de aquellos rincones que pasan desapercibidos y a los que la propia ciudad observa de reojo porque complican la vida a los urbanistas y especuladores inmobiliarios. Esto ocurre, por ejemplo, en este bloque de Estambul, que hace unos meses todavía estaba en venta.

Quizá aún pueda comprarlo Sir Norman Foster
y añadirle una terraza high-tech

Pero si estas cuatro plantas, una sobre otra, mantienen viva a una criatura de 1.800 años, en el islote de Sa Galera que mencionamos hace unas semanas, en mitad de la bahía de Palma, late agazapado un organismo de más de 4.000 años que ha visto prácticamente toda la historia de Mallorca.

Vista cenital de Sa Galera, con los restos de las construcciones y los pozos


Es increíble que la densidad de esta balsa de piedra haya pasado inadvertida hasta casi ahora mismo. Primero tuvo que dejar de utilizarse como diana en los ejercicios militares de la batería antiaérea del Carnatge, a principios de los años 60, para que algunos arqueólogos se acercaran tímidamente.

En 1967, casi al azar, se encontró allí este pequeño molde talayótico de fundición de objetos de bronce. Pero hace tan solo unos diez veranos que un equipo entusiasta de investigadores va desvelando, poco a poco, un microcosmos fascinante

El islote de Sa Galera, a la izquierda, ante la playita de Son Caios (c. 1920)
La ciudad de Palma queda al fondo.



Cualquier asentamiento humano, por un simple principio de economía, tiende a la consolidación de lo construido. El sueño de una ciudad es de orden, crecimiento y beneficio intra muros. Un islote rocoso a la entrada a una pequeña cala que, a su vez, es una puerta al interior de otra isla, es un punto de advertencia donde clavar una señal, alertar al navegante que llega del exterior ignoto, marcar la propiedad y la identidad del territorio, sea con una construcción fortificada o con un templo bien visible. La violencia, por tanto, y el miedo están en su raíz y afloran a la menor crisis. La sedimentación es imposible. Mirando a mar abierto hacia el sur, de donde vienen las naves que nunca se sabe si traerán devastación o ánforas de vino, la historia del pequeño islote de Sa Galera empieza con los primeros pobladores de Mallorca

Cueva funeraria pretalayótica –a la izquierda– de planta circular con nicho,
puerta y corredor de acceso




Primer homínido en que se documentan
lesiones sufridas por la agresión
de un semejante (Atapuerca,
c. 430.000 años)

Mallorca es una de las islas del Mediterráneo que más tardaron en albergar una población humana mínimamente estable. Las fechas que se tenían por ciertas cubrían un intervalo inicial que va desde hace 4600 hasta hace 4200 años. Sin embargo, algunos descubrimientos muy recientes –concretamente en la llamada Cova Genovesa o d'en Bessó, cerca de las turísticas Coves del Drac– retrasarían este lapso hasta hace unos 5.600 o 6.000 años. En todo caso, aquella población tuvo que ser muy escasa y solo a partir del 2.200 a.C. empezamos a documentar asentamientos firmes de pobladores procedentes, al parecer –por similitudes entre las construcciones navetiformes– del golfo de León. De ahí también llega la cerámica campaniforme tardía, propia de esta zona del Mediterráneo y relacionada con la difusión de la metalurgia del Bronce Antiguo (2.250-1.900 a.C.). Es decir, Mallorca se puebla claramente en el Calcolítico final, momento en que, según A. González Ruibal (en su apasionante Tierra arrasada. Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI) podemos ya utilizar con propiedad el término «guerra» –con sus normas, ritos y panoplia de armas– para definir una de las instituciones favoritas de nuestra especie.

Cerámica calcolítica o navetiforme de Sa Galera. Son los fragmentos más antiguos del islote, de unos 3000 años de antigüedad, hallados cerca de los restos de una construcción de planta oblonga de  la misma época, apenas visible por quedar bajo una esquina de las construcciones púnicas del s. III a.C.







En un día ventoso y de nubes raras, desafié a Lord Byron cruzando el Helesponto y salvé a nado los 4.000 años que separan los antiguos vestigios de Sa Galera de la reciente urbanización en la calita más cercana (Caló de Son Caios). La mención explícita más antigua del islote se encuentra en la Descripció particular de l'Illa de Mallorca e viles, de Joan Binimelis (1595). Y después apenas suele decirse nada de él. En cambio, si atendemos a la representación cartográfica, llama la atención que se le dé una importancia visual desproporcionada en relación a su tamaño real y a su aparición en las fuentes escritas. La bahía de Palma y otros puntos de la costa mallorquina contienen un buen número de islotes más extensos, de mejores condiciones o de cierta relevancia histórica y, sin embargo, están peor representados. Los islotes de Illetes (que pueden ser las Menariae romanas o el puerto que denomina Rodum el Liber maiolichinus..., donde se narra la devastadora razia pisano-catalana de 1113-14), los Malgrats, Portals..., y hacia el sur, en la zona de las salinas tan frecuentada por fenicios y romanos, los importantes islotes de na Moltona y na Guardis, frente a Cabrera, aparecen con frecuencia infrarrepresentados respecto a Sa Galera. Nos preguntamos, pues, si esto es debido a una transmisión cartográfica velada, algo así como un recuerdo o reconocimiento tácito de su peso siglos atrás. Valgan estas pocas imágenes:

Keulen, Nieuwe afteekening van het eyland Maiorca, 1680 (detalle). Sa Galera aparece claramente sobredimensionada, mientras que en Illetas no vemos los islotes

 
Insula Maioricae - D. Vicentius Mut deli., 1683 (detalle)
 
 
Baleares seu Gymnesiae et Pityvsae insulae, dictae Maiorca, Minorca et Yvica... – auctae a R. et I. Ottens, 1720 (detalle)

Homann Erben & J-N Bellin, Carte des isles de Maiorque, Minorque et Yvice, 1823 (detalle)


 Su uso funerario más primitivo atestigua un carácter sagrado que debió durar en época talayótica conviviendo –como ocurre en otros islotes, señaladamente en el de Na Guardis– con su uso como punto de encuentro e intercambio entre los comerciantes púnicos de Ibóshim (la ciudad de Bes: Ibiza) y la población local. 

Moneda púnica ebusitana hallada, junto con otras siete, en el islote y muy escasas en Mallorca. Representa al dios Bes, con faldellín y penacho de plumas, una maza en la mano derecha y una serpiente en la izquierda. En la otra cara un toro embiste hacia la izquierda. Corresponde al último cuarto del s. III a.C., el período de la II Guerra Púnica. El dios Bes, un ser protector a pesar de su grotesca figura, corrió amonedado o en amuletos y estatuillas por todo el Mediterráneo, desde Egipto y Persia hasta la cercana Cerdeña

De este momento inicial son una serie de cabañas de madera que al final los púnicos destruirán para levantar un templo. A su alrededor, desde un depósito y por medio de una serie de tres cisternas rituales, unas canalizaciones hacían correr el agua. A partir de ahora el islote adquiere el carácter de santuario con una presencia púnica continuada.

Estado del templo durante los trabajos de excavación

El registro estratigráfico cuenta la agitadísima historia de este templo, destruido y reconstruido numerosas veces. La primera en el contexto de la Primera Guerra Púnica (264 a.C.), para luego rehacerlo no mucho más tarde, con más medios y de manera que fuera más visible, levantando una alta torre cuadrada con sillares extraídos de la piedra del propio islote (en la zona sur se ve la huella de la cantera, como un gran mordisco). 

Hueco dejado por la cantera de donde se extrajeron los sillares para la construcción del templo

En todo este tramo de costa vemos canteras de marés usadas durante siglos. Al fondo, Sa Galera

Ligadas a este templo se excavaron un par de tumbas, con restos incinerados. Cerca de la puerta oeste se sitúan estos espacios de cremación. Los restos humanos se sepultaron en vasijas cerámicas. Uno de estos pozos lo ahondaron en la roca hasta casi dos metros y colocaron los huesos en una jarra ebusitana. Pero esta sólida torre –la única edificación púnica conocida en toda la bahía de Palma y seguramente la marca orgullosa del poder cartaginés en Mallorca– también fue arrasada antes del 241 a.C. No más allá del 225, el templo se reconstruye aún mayor. El espacio sagrado y la torre central se encierran ahora con un muro de diez por diez metros, adosados al cual, en el interior, quedan restos de algunos altares.
 
Cisterna votiva púnica de la primera mitad del s. III a.C.. Detrás, el templo



Y todavía será destruido dos veces más hasta el 200 a.C. No sabemos las causas de la primera pero los responsables de la segunda sin duda fueron los romanos, ahora durante la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.). Son especialmente numerosos y excepcionales los restos cerámicos hallados tal como quedaron tras esta destrucción del templo.

Punta romana probablemente de una catapulta de escorpión, de la II Guerra Púnica


La conocida tenacidad de los púnicos ibicencos todavía les hará levantar el templo una última vez, ya en el s. II a.C., y durante unos años seguirán haciendo aquí ofrendas y enterramientos. De este último período tenemos restos cerámicos importantes.

Askos púnico ebusitano, votivo, decorado con dos ojos en el cuello. Se halló dentro de una cisterna.
Es de un tipo bastante escaso, incluso en Ibiza 


Guttus ebusitano con embocadura en forma de cabeza de león


Cuenco ebusitano con una roseta estampillada en el centro. Buen ejemplo, junto a los anteriores, de la gran cantidad de cerámica y otros objetos dejados tras el abandono posterior a la II Guerra Púnica

Tras la Tercera Guerra Púnica, ahora ya sí (Carthago delenda est, había repetido hasta el aburrimiento Catón el Viejo), el templo se abandona y aprovechando sus piedras los baleáricos, antes de la conquista romana de Mallorca el 123 a.C., edifican un recinto defensivo que ofrece ciertas condiciones de habitabilidad permanente, horno, hogar de fuego..., con un torreón desde donde vigilar el acceso a la playa y el puerto de son Caios. Se han encontrado restos destruidos de una cabaña de madera del s. I d.C. –posteriores a la conquista romana– ligados a la muerte al parecer violenta de diez personas, hombres, mujeres y niños, probablemente familiares, dejados luego sin enterrar de manera regular.
 
Esqueleto de una mujer embarazada que fue arrojada dentro de una de las cisternas

Esquina sureste del recinto


Después de la agitadísima historia antigua del islote, sobre todo durante su uso por parte de los visitantes púnicos como pequeña colonia a las puertas de Mallorca, pasarán siglos de relativa paz. Los conquistadores romanos a las órdenes de Cecilio Metelo no parecen estar interesados en mantener la edificación de Sa Galera. El motivo principal de Roma para controlar Mallorca y Menorca era someter a unos habitantes calificados por el propio Metelo como «homines feros atque silvestres» (en palabras de Floro, que recogerá también Paulo Orosio). Aparte de incorporar al ejército romano a los temidos honderos, antes del lado púnico, básicamente se trataba de mitigar la intensa piratería que infestaba el Mar Balear –aunque para Estrabón esos piratas no eran los propios baleares, sino gente externa–. Tampoco la ocupación musulmana dejó huellas de construcción aunque hay fragmentos cerámicos de esta época que obedecerían a ocupaciones ocasionales. Algo parecido ocurrirá durante el medievo cristiano, si bien de esta época se puede distinguir algún menor movimiento de tierra y fragmentos de cerámica pisana del s. XII (también, luego, del XVII –marmorizzata– y XVIII), levantina del XIV y catalana del XV. Medio real de Felipe V es el resto más notable del s. XVIII, junto con fragmentos de cerámica vidriada y loza italiana. Cuando el antiguo puertecito de son Caios deja de tener utilidad, el islote pierde interés. El siglo XX convierte toda esta zona de costa en teritorio militar, incluyendo Sa Galera. Esto favoreció la conservación de una parte del territorio, que quedó fuera de la urbanización salvaje actual. Pero también significó un uso destructivo durante décadas como zona de tiro y de ejercicios de artillería.


El trabajo del grupo de investigación que ha excavado el islote ha sido tenaz y de resultados extraordinarios. José Jorge Argüello Menéndez, el alma de este proyecto, me ha pasado muy amablemente la mayoría de las imágenes reproducidas. ¡Gracias! Quien quiera conocer hasta los menores detalles de la vida del islote deberá consultar obligatoriamente su estudio «Las fases cronológicas del yacimiento de Sa Galera. Una lectura estratigráfica» (en el magnífico volumen Sa Galera. Más de 4000 años de historia, Palma, 2020). Por mi parte, he vuelto unas cuantas veces este verano a ver el islote, ahora remando sobre una tabla. He aprendido mucho. Invito a venir conmigo a quien quiera acompañarme antes de que vuelva a crecer la maleza sobre los sillares púnicos.



24 agosto, 2024

Los acaloramientos barrocos y el puro calor

XIV signo del Apocalipsis: la tierra y el
cielo consumidos por el fuego. Livre de la Vigne
de Nostre Seigneur 
(1450-70)
. Ms.
Douce 134, Bodleian Library, Londres
  En el inicio justo del verano tradujimos un soneto de Bartolomeo Dotti –de quien dimos también allí un repaso a su malaventurada vida y peor carácter (Brescia, 1651 - Venecia, 1713)–. Lo hicimos como anticipo de una antología de aquellos poemas dedicados al calor del estío que, llamativamente, surgen con tanta abundancia en los poetas italianos del siglo XVII. La estamos preparando. Mientras tanto –more symmetrico–, ahora que la canícula empieza a remitir y se notan unos tímidos golpes de aire fresco, publicamos otro soneto del mismo autor. Éste, más galante que el moralismo escatológico con que entonces nos aleccionaba una sandía parlanchina, se queja de que la frialdad de la hermosa amada ha absorbido todo átomo de aire fresco que pudiera quedar en la atmósfera veraniega. Así son los poemas del Barroco.

Trattenedosi bella donna su la sera
in un giardino a prender aria

 Sorgea la notte, e per gli adriaci liti
parea l'aria sgroppar tremoli accenti,
che del sol moribondo eran lamenti,
o de gli astri nascenti eran vagiti;

quando cercava entro sentier fioriti
a l'estivo calor soffi clementi,
e spiriti di gel volea dai venti,
colei che chiude in petto i ghiacci sciti.

Ma de l'arida està l'atroce arsura
accresceano quaggiù di Sirio i rai,
né de le brame altrui prendeansi cura.

 Allora: – O bella, o cruda, – io le gridai
–se non ritrovi gel, non è sventura:
 l'aure non l'han; ché tutto in sen tu l'hai.
Deteniéndose a la tarde en un jardín una hermosa a tomar aire

 El Adriático engulle el día ido,
duda en el aire un tembloroso acento,
que del sol moribundo es el lamento
o de estrellas que nacen el vagido,

cuando se adentra en un jardín florido,
a aliviar el calor, tomar aliento
y rogarle de frío un soplo al viento
quien hielo escita alberga en pecho ocluido.

Mas los rayos de Sirio son tizones
que el verano abrasante aviva aquí
sin atender de nadie las pasiones.

Así que «oh bella, oh cruda –le advertí–,
no por azar no hay frío. La razón es:
nada en los aires queda, todo en ti».

Giuseppe Arcimboldo, Fuego (1566), de la serie Los cuatro elementos

En el mundo real, el calor sigue. Y ya ha pasado el día de san Bernardo. En Mallorca era antes cierto un refrán bien conocido: «Per sant Bernat, tapau-li es cap» para señalar el fin de los calores más severos; o aquel otro que responsabilizaba a santa Margarita y san Bernardo del intervalo exacto de ardor canicular: «Sa monja l'encén i es frare l'apaga» (20 de julio a 20 de agosto). Desde hace años las cosas ya no van así y el verano se extiende como una mancha de aceite. O de sudor. Cubre ahora, como mínimo, el período en que antiguamente los carboneros de la Serra de Tramuntana se emboscaban en los encinares y cuidaban de las sitges o carboneras, es decir, desde la semana después de Pascua hasta el día de san Mateo (21 de septiembre), sin apenas bajadas al pueblo. Solo en los bosques de la zona de Planícia, cerca de donde vivo, se contaban más de ciento cincuenta rotlles de sitja (la plataforma circular con un perímetro de piedras donde se apilaba y ardía la leña de la carbonera). Había muchas cancioncillas y glosses:

 – Carboner, bon carboner,
què duis en aquest sarró?
– Jo hi duc sa meva suor
d'onze dies de sitger.
 – Carbonero, oh carbonero,
¿que lleváis en el zurrón?
– Yo llevo aquí mi sudor
de once días de sitger.

Ahí sí que nos habría gustado ver al bueno de Bartolomeo Dotti haciendo galanuras.


En esta grabación de Alan Lomax (Sóller, 6 de julio de 1952), entremezclada con los compases mucho
más famosos de «Sa ximbomba», pueden oírse dos fragmentos de la canción «Es carboner» (1'50-2'46
y 3'32-4'02). Leed la letra y valorad el elogio idealizado que hace el carbonero de su vida de
privaciones, contento en su cabaña de piedra con su mujer y su pequeño hijo. También
aquí podemos acercarnos más a la realidad viendo la extraordinaria película
Tasio (1984), de Montxo Armendáriz, o su Nafarrako Ikaskinak (1981)
sobre los carboneros de los montes de Urbasa (Navarra), donde
el calor, por cierto, no azota como en Mallorca. 

Familia de sitgers de la Serra de Tramuntana (c. 1915)

20 julio, 2024

El latido de la Edad de Piedra en Cerdeña

Sòrgono es un pueblo grande en las montañas de Barbagia, Cerdeña. Es, de hecho, la entrada a Barbagia. El ferrocarril de vía estrecha que lo une a Cagliari, antaño una línea minera, aún se esfuerza en subir hasta aquí. Durante siglos los alrededores han sido lugar de encuentro de los pastores de la zona. Desde aquí, el 25 de abril, día de san Marcos, parten con sus rebaños hacia los pastos de montaña para solo regresar el 29 de septiembre, día de san Miguel. Rodean el pueblo, aquí y allá, solitarias en una hondonada o en una colina e impasibles desde la Edad Media, las pequeñas capillas de los pastores. En ellas, antes de la partida de primavera y después de la llegada en otoño, se reúnen rebaños, pastores, familias y propietarios de los animales para celebrar dos solemnes misas: una pidiendo fuerza para el medio año de vida solitaria que les espera en la montaña, la otra para agradecer la ayuda recibida. Las iglesias también se abren en algunas otras ocasiones señaladas, el Lunes de Pascua, por ejemplo, cuando los pastores más jóvenes tienen su fiesta particular y asan un cordero al socaire de los muros. Buen ejemplo es esta iglesia gótica de San Mauro, a la que nos dirigimos.

Pero antes de llegar a la iglesia, a seis kilómetros del pueblo, tenemos una tarea urgentísima. Hay que llenar el tanque de la furgoneta, que solo funciona con AdBlue, o nos quedaremos sembrados. El Domingo de Pascua estuve buscando en vano una gasolinera abierta en Cerdeña. Hoy, lunes de Pascua, la aguja tiembla por debajo de la línea crítica. Nos quedan menos de cincuenta kilómetros. La gasolinera en Sòrgono está también cerrada. Podría comprar otro combustible con la tarjeta, pero el AdBlue que necesitamos lo venden solo en la tienda. Pregunto a dos sardos que llenan sus coches dónde podríamos ir. Discuten, mencionan tiendas «en el centro», pero luego advierten que hoy también están cerradas. Hablan un italiano difícil y lleno de titubeos, obviamente el sardo es su lengua casi única. El de más edad hace un par de llamadas. Hay suerte. «Mi tío tiene AdBlue. Vamos a Artzana. Son cuatro kilómetros. Sígueme». Frenamos la furgoneta ante un verdadero patio del rastro, como aquellos de las afueras del Budapest de mi infancia. Motores desmontados, mosaicos de baldosas por ensamblar, piezas de propósito incierto dispuestas en un enigmático círculo... El tío comienza a verter AdBlue de una damajuana de treinta litros en una jarra de vino de cinco litros y me dispongo a llenar con ella la furgoneta. «Pero si esto es vino blanco», dice Miki, y lo repite desconcertado al tío: «vino blanco». «¡Ah, también tengo!», responde alegremente. Abre un portón de hierro junto al taller y pasamos a una bodega hipermoderna con tanques de fermentación de acero. Cuando voy a pagarle la gasolina me dice que va por nuestra amistad, y que ahora lo mejor es que probemos juntos el vino. Tenemos algo de prisa, pero desde luego que sería un insulto rechazarle la invitación. Nos sirve a todos un vaso de vino blanco, luego uno de tinto, y luego aún otro de espumoso. Nos cuenta que cuida de quince mil vides en tan solo tres hectáreas, y que almacena mil cuatrocientos litros en esta bodega que vemos. «¿Y qué variedades?» «Bueno», ríe, «tengo diez de tinto, las mezclo. Y ocho de blanco». El sobrino se asoma para anunciarnos que hay una fiesta religiosa en la iglesia de los pastores de Lusurgiu, a ocho kilómetros de aquí, van a cocinar para quinientas personas, habrá baile, cordero asado y todos somos bienvenidos. Se nos hace la boca agua pero debemos huir de la tentación, uno de nosotros ha de estar en el aeropuerto de Cagliari en tres horas.

Comprobaríamos luego que no había ni una sola gasolinera, cafetería o tienda abierta de aquí al aeropuerto. Sin esta ayuda inesperada, ese día no llegábamos a Cagliari.

La iglesia de los pastores, San Mauro, se alza en una pequeña loma junto a la carretera Sòrgono-Ortueri. Una estructura maciza con sólidos contrafuertes a ambos lados, su fachada cuadrada tiene una gran ventana color rosa, similar a muchas otras iglesias góticas sardas, como la parroquial de Gavoi. La estrecha cornisa semicircular que protege el rosetón la sostienen dos ángeles más bien toscos. Sobre cada uno de los pilares que flanquean la escalera de entrada descansa un león recostado sosteniendo un escudo, probablemente de Aragón pero ya indescifrable.

El abad san Mauro, patrón de esta iglesia, fue el primer discípulo de San Benito, el fundador de la orden benedictina alrededor del año 510. Según la tradición, llevó el monacato benedictino a la Galia. La biografía que consolidó su culto, atestada de milagros, fue escrita allí, en la abadía de Glanfeuil en el Loira, en el siglo IX. Pero gozó de una especial devoción en Cerdeña, con muchas iglesias dedicadas. Como era un monje benedictino, se creyó durante tiempo que esta iglesia próxima a Sòrgono era el resto de algún antiguo monasterio de la orden. Sin embargo, no hay fuentes escritas o arqueológicas que indiquen la existencia de tal monasterio. Parece más bien que desde su construcción en 1574 –o, más probablemente, desde la presencia de una iglesia anterior– siempre haya sido una de las mencionadas iglesias de pastores.

Era, pues, un lugar de encuentro ritual de los trashumantes –del 25 de abril al 29 de septiembre, como dijimos–. Se bendecían aquí también los panes antropomórficos que los pastores traían consigo, como se lee en la entrada sobre los panes sardos. Pero además la iglesia de San Mauro tiene sus propias fiestas especiales. El 15 de enero, día de San Mauro, es Santu Maru de is dolos, san Mauro de los dolores, cuando principalmente se le pide al santo alivio para los dolores reumáticos. El Lunes de Pascua –es decir, justo cuando estábamos nosotros– es Santu Maru de is flores, la fiesta de primavera de San Mauro de las flores. Pero la mayor festividad es el último domingo de mayo, Sagra ’e Santu Maru, o Santu Maru erriccu, el día del rico san Mauro, quien trae abundante cosecha y rebaños gordos. Esta festividad se completa con una peregrinación y una feria de animales que dura seis días y a la que acuden gentes de toda la isla.

Interior de la iglesia. Lamentablemente no pude sacar fotos propias

La memoria acumulada durante siglos de celebraciones ha dejado sus huellas en los numerosos grafitis raspados –o cuidadosamente tallados– en los muros de la iglesia. La mayoría son del tipo «hic fuit», mostrando el nombre y el año del visitante, pero algunos añaden un esbozo o silueta. Hay otras imágenes que representan de manera esquemática la fachada de la iglesia, como si el peregrino entregara esa pequeña imagen a modo de ofrenda a la gran iglesia, tal como en otros lugares de mayor empaque los fundadores sostienen la maqueta de la iglesia en sus manos; o como en los nuraghi neolíticos sardos, esas torres hechas de grandes piedras, se colocaba un pequeño modelo de bronce o piedra del nuraghe con una función apotropaica, para propiciar la protección mágica.

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Hemos dicho «durante siglos», pero ¿y si se tratara más bien de milenios? El pastoreo trashumante es mucho más antiguo que el cristianismo, y los pastores tienen que haber celebrado reuniones aquí durante sus ascensos y descensos de las montañas, sin duda, desde mucho antes. Pero, ¿dónde?

Sería lo obvio suponer que en el mismo lugar donde hoy está plantada la iglesia. Pero conociendo la topografía de la zona se nos ofrece una explicación aún más obvia y también más sorprendente.

A unos pocos cientos de metros de la iglesia, a la sombra de unos alcornoques, se halla el complejo megalítico Biru ’e Concas, erigido en el tercer milenio a.C. Es una de las zonas monumentales más importantes de la Cerdeña neolítica. El complejo conjunto consta de tres filas de menhires separadas entre sí por un pequeño sendero. La mayoría de estos menhires –en sardo, perdas fittas, piedras clavadas en el suelo– son piedras planas sin ningún símbolo, pero dos de ellos muestran patrones antropomórficos. Un ojo y una nariz tallados en la parte superior de uno, y un cuchillo sardo de hoja ancha al cinto del otro, tal como vemos en aquellos menhires antropomórficos tan ricamente tallados que exhibe el Museo del Menhir de Laconi.

Alrededor de estas tres filas, una serie de menhires adicionales –unos 150 en total– están de pie o tumbados en el suelo, bien aislados o formando círculos.

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Estos menhires, diseminados en abundancia por toda Cerdeña, iban ligados generalmente a grandes tumbas megalíticas, que el pueblo sardo llama tombas de gigantes, tumbas de gigantes. Como los megalitos de Coddu ’Ecchiu y Li Lolghi –en las imágenes que siguen– marcaban el enterramiento de líderes destacados, jefes tribales o de aldeas, lejanos ancestros, «reyes». Las tumbas de estos ancestros estaban rodeadas de menhires que representaban a los dolientes súbditos, familiares o descendientes. Sus características antropomórficas a menudo subrayan los ojos y la nariz, dagas en la cintura para los hombres y pechos prominentes en las mujeres.

Tamuli cerca de Macomer: tres menhires masculinos y tres femeninos en fila junto a una tomba de gigantes

Es una experiencia fascinante el silencio junto a estas enormes hileras de piedras. Atestiguan una cultura de muchos milenios, sin palabra o signo alguno pero con una tenaz fuerza expresiva. Una cultura que dominó gran parte de Europa antes de los celtas y que debemos considerar como la raíz de nuestra civilización europea incluso antes de la cultura griega. Menorca, Mallorca y Cerdeña son islas privilegiadas para observarla.

Las tumbas de gigantes deben su nombre a que las cámaras funerarias, excavadas profundamente en el suelo, superan con creces la longitud del cuerpo humano. El gran tamaño se debe a que, además de lugar de descanso para los difuntos, las tumbas eran también santuarios, como demuestra la pequeña puerta inferior del menhir central. Ya los autores antiguos contaban que antes de una gran decisión o de la iniciación en la edad adulta, los sardos entraban en la tumba de un ancestro venerado y pasaban una o dos noches aislados en la cámara sin comer ni beber, solo masticando la planta alucinógena llamada sardonium y aceptando las visiones experimentadas allí como guía. Los autores latinos denominaron esta costumbre ritual incubatio, término que luego sería adoptado por la psicología moderna.

A diferencia del continente, el cristianismo echó raíces en Cerdeña sin destruir tales lugares de culto, tumbas y menhires. Probablemente ya no se consideraban santuarios paganos, sino solo tumbas respetables y piedras conmemorativas de los ancestros que no había que eliminar, lo cual explica por qué pudieron sobrevivir por miles en la isla. El continuo culto a las filas de menhires de Biru ’e Concas se evidencia en el hecho de que los pastores trashumantes todavía celebran festividades a su alrededor, hasta el día de hoy. Con casi total seguridad, este era el lugar original de culto del ascenso y descenso de la trashumancia, que solo se movió unos pocos cientos de metros con la construcción de la primitiva iglesia de San Mauro. Una prehistoria similar se encuentra en muchas otras iglesias pastoriles de Cerdeña, construidas en las inmediaciones de lugares sagrados neolíticos para consagrar el lugar según la nueva religión, mientras se preservaba el antiguo espacio como representante de los ancestros ignotos y de la tradición.

Que la iglesia de los pastores realmente tomó el rol sagrado del antiguo conjunto monumental de las tumbas de gigantes y los menhires aún se prueba por una evidencia más. Se trata de los modestos alojamientos para peregrinos adyacentes al santuario de la iglesia y que rodean el patio. Estas habitaciones austeras hasta la severidad se llaman en sardo cumbissía (generalmente en plural, cumbissías). Como señala Massimo Pittau, un excelente investigador de la cultura neolítica sarda, no solo el nombre, sino también su función está relacionada con la incubatio. Las pequeñas habitaciones miran todas hacia la iglesia. Los peregrinos se alojan en ellas durante una o más noches para recibir, cerca del lugar sagrado, el sueño que los guiará en el camino de la vida.

De ser esto es así, y todo parece indicarlo, la iglesia de los pastores de San Mauro y sus celebraciones aún vivas hoy en día representan de manera extraordinaria un vestigio de la Edad de Piedra sarda tan relevante como la procesión de los mamuthones enmascarados que entierran el invierno en Mamoiada (aquí también con nuestras fotos).