18 junio, 2010

Atardecer en Asuán


Cuando utilizamos el adjetivo «mediterráneo» o la expresión «cultura mediterránea» solemos entendernos. Más o menos. Si después queremos precisar este concepto sus contornos se vuelven borrosos. Egipto es un ejemplo de esta difuminación. El Cairo es mediterráneo. Sin duda aún lo es más Alejandría. Todavía Luxor es mediterránea. Pero ya no lo es Asuán. Algo se ha perdido en el camino. Grecia y Roma llegaron hasta Asuán. Y aún bastante más abajo. Monasterios como el de San Simeón atestiguan la implantación del cristianismo, que sigue allí presente con más fuerza incluso de la que uno podría imaginar. Comunidades judías y arameas prosperaron en la isla Elefantina. El mismo Nilo que baña El Cairo se remansa en Asuán y es aquí más amplio, más suave, más benévolo, más «mar». La comunicación de Asuán con el norte fue siempre estrechísima. Era un mercado (tanto la etimología del nombre egipcio, Swenet, como la árabe, As-suan, así lo indican), la vanguardia sur de las civilizaciones del norte. Aún y con todo eso, esta no es una ciudad mediterránea. Asuán hace ostensible su característica de lanzadera hacia una tierra inexplorada en la que las expediciones se perdían o volvían contando historias de vastos territorios, selvas, llanuras, bestias, calor. Cualquier viajero del norte debía percibir enseguida que en Asuán no estaba en su casa —a pesar de que fue hogar acogedor para el hombre desde el paleolítico—. Asuán es el Finisterre de Egipto: un lugar donde empiezan las leyendas, un punto, ciertamente melancólico, donde debe cambiarse la mirada y abandonarse el pasado.



Hace mucho calor en Asuán. El río remansado invita a nadar, aun a riesgo de la temida esquistosomiasis (en los hoteles y algunos bares con terrazas sobre el Nilo hay piscinas, pero hay que pagar). Los nilómetros de Elefantina carecen hoy de la función —entonces absolutamente esencial— de medir la subida de las aguas. En cambio, el flujo de riqueza en Asuán lo marca la llegada, perfectamente pautada a períodos regulares, de los grandes barcos de crucero que llegan desde El Cairo y dejan sobre la ciudad su flujo de dinero. Los comerciantes saben bien qué día de la semana llegan los barcos cargados de españoles, qué día los alemanes, cuándo los italianos… y preparan la cosecha de cada grupo según sus preferencias y peculiaridades.

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