28 junio, 2010

El demonio de la rapidez


El aeropuerto de Mallorca ha crecido como una mala enfermedad sobre la llanura de la isla, antes una zona fértil de huertos y pasto. No puede ser de otra manera si se quiere alimentar la frenética industria turística. Así, salir y entrar en barco desde el puerto de Palma, que durante muchos años era lo más habitual para ir a Barcelona, Valencia, las otras islas o puertos cercanos, es hoy una rareza. Solo quienes tienen fobia a volar, quienes deben ir con el coche o albergan alguna extraña y poderosa razón, eligen el mar. Nosotros tuvimos que ir a Barcelona hace unas dos semanas y recordamos aquellos barcos destartalados, con un fuerte olor a gasóleo, incomodísimos, que nos llevaban antes. Los barcos de línea de ahora son grandes y acogedores, y lo más importante es que en ellos, como entonces, se viaja a una velocidad que aún permite notar que se está viajando, que el cuerpo está yendo de un lugar a otro lugar; una velocidad que concede adecuar los pensamientos y las sensaciones a los infinitos puntos de llegada en que consiste todo viaje, sin dejar el alma atrás, abandonada en el punto de partida.


García Márquez consideraba que la velocidad máxima a la que podía viajar su alma era aproximadamente la del paso de un burro, así que tardaba días en volver a encontrarse con ella después de un viaje en avión. Esto era antes. Hoy, al contrario, hasta puede ser que el alma, ya tan mal acostumbrada, vaya más rápido que el barco y llegue a Barcelona antes que nosotros, y por eso damos vueltas impacientes por cubierta.















Даль рухнула, и пошатнулось время,
Бес скорости стал пяткою на темя
Великих гор и повернул поток,
Отравленным в земле лежало семя,
Отравленный бежал по веткам сок.
Людское мощно вымирало племя,
Но знали все, что очень близок срок.
La lejanía se desmoronaba y se agitaba el tiempo,
el demonio de la rapidez plantaba el pie en la cumbre
de las más altas montañas y las corrientes desviaba,
en la tierra envenenada yacía la simiente,
corría por el tronco la savia envenenada.
La poderosa tribu humana se extinguía,
todos sabían que el final estaba allí cerca.


Ana Akhmátova, 1960

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