06 octubre, 2018

Para convertir plomo en oro


Cuenten ustedes cuántas veces aparece el adjetivo «difícil»:
«Es en verdad una difícil empresa, estudiosos de las bellas letras, la de estampar libros latinos correctamente, aún más difícil la de estampar libros griegos de manera precisa; dificilísima, estampar sin errores tanto los unos como los otros en estos tiempos difíciles. En qué lengua yo mismo me empecino en estampar libros, y en qué circunstancias, pues ya lo veis. Desde que emprendí esta difícil actividad (he entrado ya en el séptimo año), podría afirmar con juramento que en todo el tiempo no he tenido ni una hora sola de tranquilidad. Es el nuestro un proyecto bellísimo y utilísimo: todos lo dicen y lo repiten al unísono con palabras de elogio. Será ciertamente así: yo, sin embargo, he encontrado el modo de procurarme un tormento propio mientras deseo seros de provecho y dotaros de buenos libros.» («Aldo Manuzio de Bassiano, romano, saluda a los estudiosos», prefacio a la edición conjunta del Tesoro, la Cornucopia y los Jardines de Adonis, agosto 1496).
Desde su juventud, aún estudiante de las primeras letras latinas con Gaspare da Verona, en Roma, Aldo Manuzio oyó de su maestro las alabanzas de aquel rutilante invento de la imprenta. Y el aspecto económico de la incipiente industria se hizo enseguida evidente, como debió enseñarle también el maestro de Verona señalando en especial el bajo coste de los libros producidos en masa, pues así lo escribe en la carta que antecede a su biografía del papa Pablo II. La perspectiva de un nuevo negocio por explotar quedó sin duda en la mente de Manuzio desde entonces. La mezcla de altísima cultura humanista y de mercadeo puro y duro se dará, pues, en el futuro gran impresor veneciano como en ningún otro hombre del Renacimiento.

Y un repaso apasionante de esta tensa dicotomía nos lo permite ver la colección que acaba de publicar la editorial Adelphi de los prólogos puestos por Manuzio a sus ediciones griegas. Desde su primer libro griego –la Gramática de esta lengua de Constantino Lascaris (1495)– vamos encontrando líneas prefaciales donde hace notorias sus preocupaciones financieras. Son libros extraordinarios, pero cada uno es una operación de riesgo y exige soluciones creativas tanto en su diseño como en la financiación y comercialización, que el editor no se calla. No debía ser fácil, por ejemplo, fijar el precio de los libros. A veces tan alto que hasta Erasmo se quejará en una carta puesta como prefacio a la edición de Aristóteles de Simon Grynaeus, en Basilea (1531); a veces rebajado para que los interesados, estudiantes en muchos casos, lo compren rápido y le proporcionen el líquido necesario para continuar adelante con la empresa, como dice en el colofón a la gramática de Lascaris mencionada. Sus buenos sudores le costaba convertir el plomo de los tipos en algún gramo de oro.

Manuzio se enorgullece siempre de la alta tarea a que está dedicado sacando a luz textos sabios en su lengua original, limpios del polvo acumulado por siglos de malas transmisiones. Baste esta línea de la dedicatoria a su edición de las Obras de moral, economía y política de Aristóteles, 1498: «Gracias a nuestra laboriosidad y a nuestras enormes fatigas se ha alcanzado el objetivo codiciado más que cualquier otro: o sea, que ya todos los hombres de recto juicio consideren su deber rechazar las tonterías y la barbarie y dedicarse con empeño a los autores griegos y a las artes liberales…» (y es especialmente precioso su prefacio a la Materia médica de Dioscórides, 1499). Pero también subraya con frecuencia las inversiones y gastos para que los libros lleguen perfectos a manos de los lectores. Podemos ver unas muestras:
«Tomad pues este librito: no gratis, empero, sino dadme justa compensación a fin de que yo mismo pueda proporcionaros las mejores obras escritas por lo griegos; y sin duda, si dais, daré, pues no puedo imprimir si no dispongo de una cierta cantidad de dinero. Tened confianza en quien se ha lanzado a una empresa no exenta de riesgos, y sobre todo en Demóstenes, que dice así: "El dinero es una necesidad: sin dinero no se puede realizar nada de cuanto es necesario". He afirmado esto no porque esté ávido de dinero –al contrario, detesto a los individuos de este género: sin embargo, sin dinero no es posible preparar lo que vosotros deseáis ardientemente y en lo que nosotros trabajamos de continuo con gran fatiga y pesados gastos». («Aldo Romano saluda a los estudiosos», en Museo, Hero y Leandro, 1495?)
Leandro cruzando de noche el brazo de mar entre Sesto y Abido para morir ahogado al pie de la torre de su amada. Ilustración de la edición aldina del poema de Museo arriba referida.
«No solo, de hecho, sostienes mi actividad con tus recursos [habla a su mecenas, Alberto III Pío di Carpi, 1475-1531, de quien Aldo fue preceptor], mas dices abiertamente que me darás poderes muy fértiles y amplios; incluso prometes que un castillo harás mío, y lo harás al punto que de él seré dueño en igualdad contigo. Haz esto para que allí yo pueda producir más cómoda y desahogadamente buenos libros para todos, en abundancia, tanto latinos como griegos; y hasta instauraré una academia en la cual, dando fin a la barbarie, se cultiven con empeño las bellas letras y las bellas artes, y los hombres –tras haberse alimentado de bellotas durante seiscientos años, si no más– se nutran de cereales». («Aldo Manuzio de Bassiano, romano, saluda a Alberto Pío, príncipe de Carpi», en Aristóteles y Teofrasto, Obras de filosofía de la naturaleza, febrero de 1497).
«Mientras tanto, estudiosos, amigos y sostenedores de nuestra actividad, es vuestro deber –si deseáis que vuestro Aldo preste ayuda más fácilmente a vosotros y a la declinante cultura con la ayuda de la imprenta– comprar nuestros libros a vuestra costa. ¡Y no vayáis a escatimar! Si así hacéis, ciertamente, podremos otorgaros todos estos libros en poco tiempo». («Aldo Manuzio, romano, saluda a todos los estudiosos», en Johannes Crastonis, Diccionario greco-latino, diciembre 1497)
Y aún en 1512 da «al lector» esta dura imagen de su trabajo: 

El gramático Constantino Lascaris (Bizancio 1434 -
Mesina 1501). Grabado de Paolo Fidanza
(s. XVIII) según dibujo de Guido Reni
«No tengo, en verdad, el tiempo no solo para corregir con los escrúpulos que quisiera los libros impresos y publicados a nuestro cargo, trabajando fatigosamente día y noche, sino ni siquiera para leerlos velozmente: si vieras tú todo esto sentirías compasión –dado tu buen corazón– por tu Aldo, ya que a menudo no tiene tiempo para comer ni para aliviar el vientre. En ocasiones voy tan apremiado –con las dos manos ocupadas y los impresores delante de mí que esperan lo que preparo y encima me lo exigen de modo impaciente y grosero– que no puedo ni sonarme la nariz. ¡Qué durísima actividad!» (en Constantino Lascaris, Las ocho partes del discurso)

Pero entre estos prólogos del grandísimo editor encontramos unas más que sorprendentes líneas a favor de la escritura y la copia manual. Las habría podido firmar el mismísimo Johannes Trithemius, uno de los más duros críticos contra las consecuencias de la imprenta, y que, por supuesto, de haberlas leído las habría aprovechado sin titubear como munición –impagable viniendo de quien vienen– en su libelo De laude scriptorum manualium (Elogio de los amanuenses, 1492). Son estas:
«En verdad no sabría decir fácilmente cuánto ayuda a su memoria quien anota al margen de lo que lee cada hecho singular digno de ser sabido y recordado, o recopia íntegramente de su propio puño los libros [...]. Por eso –al menos a mi parecer– los jóvenes no solo han de ser exhortados sino obligados a recopiar por sí mismos, de su propio puño, los libros en que estudian: y si no pueden copiarlos todos, copien al menos los mejores y más limpios.» («Aldo Manuzio saluda a Andrea Navagero, patricio véneto», en Píndaro, Odas · Calímaco, Himnos · Dionisio, Descripción de la tierra · Licofrón, Alexandra, enero 1513)
Sin duda, aquí alguien le hizo caso.
Aristóteles, Obras, vol. I, Aldo Manuzio, Venecia, 1 noviembre 1495. Cat. delle aldine (1495-1515) della Biblioteca Communale dell'Archiginnasio di Bologna (pdf)


No hay comentarios: