17 enero, 2012

Deià



Deià y la Serra de la Tramuntana. Para un mapa más detallado id aquí
Cuando el Archiduque Luis Salvador de Austria (1847-1915) en su Die Balearen in Wort und Bild geschildert llega hasta Deià, se entrega rendido al paisaje: «Ultimamente se están construyendo casas muy hermosas; En Deià hay un tono de bienestar general, no hay pobres, sino que cada uno posee su propia casa y su pedazo de terreno. […] En la parte baja estos montes están poblados por olivos y algarrobos, más arriba por encinas y pinos y en la cumbre son, sin embargo, rocosos y pelados, de forma que con razón puede decirse que nada en la tierra muestra tan bien y de forma tan armoniosa los contrastes como el paisaje que aquí se presenta ante los ojos. En medio del bosque hay viviendas medio escondidas, tranquilas y apartadas del mundo».

En invierno Deià se arrebuja en un hueco de la Serra de Tramuntana, que la separa del interior de la isla, y mira al mar con las espaldas guardadas por las escarpaduras frías del Teix (1.064 mt). Como Estellencs, Banyalbufar o Sóller, Deià se cierra en un valle con la obligación de ser autosuficiente: la tierra cultivable se sostiene en trabajosos bancales, hay manantiales, y olivos y frutales y buen clima. Pero su apertura al mar es una invitación permanente a las invasiones. Así ha sido siempre: piratas árabes, piratas cristianos, naves turcas, corsarios de toda laya. Y turistas.

Uno de los tres molinos de agua que había funcionando en Deià en tiempos
del Archiduque Luis Salvador. Grabado de Die Balearen

Llegando desde Valldemossa, tras dejar atrás la Ermita y los restos de la atalaya del Castell des Moro, en un recodo de la carretera se abre de repente el valle mostrando en su centro la silueta de Deià retrepada sobre «Es Puig». Aquí estaba el núcleo fortificado de la población árabe original, الديا al-Daiā (es decir, el pueblo; con la misma raíz que aldea): como no había otra alrededor bastaba con nombrarla así... Razones similares hacen que Palma sea aún llamada «Ciutat» por los habitantes de los pueblos de la isla. En lo más alto del Puig, la torre de la pequeña iglesia de origen medieval, recortada contra los riscos del fondo, nos recuerda el paisaje de algún pueblo fortificado en los Cárpatos transilvanos.




Entramos en las calles del pueblo en un enero cálido. Los almendros empiezan a florecer y aún hay muchas naranjas.




La calle sube serpenteando hasta la iglesia desde la Font de Sant Joan. La flanquea el viacrucis del Puig, con cada estación donada y mantenida por una familia local desde el siglo XVIII.



Aún no han quitado los carteles navideños del Cant de la Sibiŀla. Este año en que la Sibil·la ha sido
designada patrimonio de la humanidad por la Unesco, hubo una conferencia en el pueblo.
Aquí se puede escuchar la grabación de Jordi Savall y Montserrat Figueras



El cementerio está al lado de la iglesia, separado por una puerta de madera entreabierta que invita a visitarlo. Muchas generaciones descansan aquí mirando al mar. Quizá más de un linaje con sangre corsaria.


Todavía tienen el Belén montado en la iglesia. Algunas iglesias de Mallorca lo dejan expuesto, más allá de Epifanía, todo el año; otras lo mantienen hasta San Antonio (17 de enero) o, en Palma, hasta que acaben las fiestas de San Sebastián (21 de enero).




Pero este Belén de la iglesia de Deià es una miniatura del propio pueblo, con el Puig y la iglesia, y con los Reyes de Oriente descendiendo desde el Castell des Moro. El pueblo trascendido se ilumina bajo las estrellas (neules) recortadas por las manos del pueblo terrenal.


Las estrellas son cristales sobre el mantel de fiesta. Recogieron
el mantel y las estrellas quedaron en el cielo

respira ahora
aspira hondo el aire de las estrellas.

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