29 marzo, 2008

¿Acaso hubo búhos acá?


He aquí la última página de un incunable de 1498. Está en unas Opera de Horacio con textos de cuatro de sus mayores comentaristas: dos clásicos, Pomponio Porfirio y Helenio Acrón, y dos humanistas, Antonio Mancinelli y Cristoforo Landino (se conoce como el «Comentario de los Cuatro Grandes»). Imprimió el libro en Venecia Simon Bevilaqua. Ahora está en la Biblioteca Balear del Monasterio de La Real, de Palma. De él, solo en Venecia, se publicarán trece ediciones entre 1490 y 1500. Y en 1501 Aldo Manuzio saca, en octavo, un delicado Horacio con la tipografía cancilleresca (o aldina) que acababa de estrenar ese mismo año para las obras de Virgilio.
Estamos ante un ejemplar impecable, limpiamente encuadernado en pergamino. A un folio prefacial siguen doscientos cincuenta y siete folios numerados con números romanos, con los poemas de Horacio y sus comentarios Acaba con seis páginas de «Tabula» y una más, ésta, con el «Registrum». A cuyo pie se ha manuscrito este juego palindrómico. Y a juzgar por los trazos de cuadrícula, parece que el autor, tan poco reverente ante el empaque del libro que tenía ante los ojos como lo sería un mismísimo búho, pensaba seguir su trabajo decorativo.
La pregunta reversible de arriba es obra del singular argentino Juan Filloy, que ostentó el record de palíndromos de la lengua española (y casi el de longevidad, al morir con 106 años).

18 marzo, 2008

Studiolum en la 'Revista de Lexicografía'

Francisco Gago-Jover acaba de publicar una necesaria y muy informativa reseña de la edición digital del Tesoro de la lengua castellana o española que elaboramos en Studiolum a partir del trabajo de Ignacio Arellano y Rafael Zafra. Se analizan aquí en detalle las diferencias entre la edición contenida en el DVD que acompañaba al libro publicado por Iberoamericana y la posterior edición únicamente digital, y más completa, que se puede obtener de manera independiente desde nuestra web.
No podemos ocultar nuestra sorpresa por el hecho de que esta sea, a dos años ya de su aparición, la primera revisión crítica que se ocupa de la versión digital del Tesoro para ponerlo seriamente a prueba, calibrar su funcionamiento y mostrar las ventajas sobre la edición impresa... Nunca es tarde si la dicha es buena. Tenemos que agradecerle sin reservas la atención a Francisco Gago-Jover.

11 marzo, 2008

Letras Medievales (y otro tipo de espacios en blanco)

Acabamos de publicar en Studiolum la edición digital de un hermoso códice medieval como segundo volumen de la serie Tesoros de Kalocsa, siempre en colaboración con aquella impresionante biblioteca húngara. Se trata de un manuscrito parisino del siglo XIII con las epístolas de San Pablo acompañadas de los comentarios, línea a línea, de Pedro Lombardo: trescientas hojas de pergamino en total.

El grueso volumen se elaboró por el procedimiento de pecia, por entonces ya habitual en la Universidad de París. El ejemplar conservado en la biblioteca de la Universidad se dividía en grupos de hojas y repartía simultáneamente a varios copistas. Así, en un lapso de tiempo bastante breve podía contarse con una nueva copia completa. Luego se reunían los pliegos y los miniaturistas decoraban los espacios en blanco con grandes iniciales, alternando los colores rojo y azul.

Este procedimiento, según la magnífica Histoire de la lecture dans le monde occidental editada por Chartier y Cavallo —que tuvimos el honor de traducir al húngaro— ya presagiaba el método de trabajo del libro impreso, donde las hojas individuales podían ser preparadas por diferentes componedores y luego —al menos en las primeras décadas de la imprenta— un miniaturista rellenaba a mano los espacios dejados para las iniciales. Pero este sistema también dejó entrar —como veremos ahora— a un abuelo del diablo de la imprenta, a casi doscientos años de distancia del nacimiento de la propia imprenta.

En principio, este método presuponía que los miniaturistas conocieran el texto y pintaran en el blanco la inicial justa. Sin embargo, no era siempre así. El miniaturista podía echar una fugaz ojeada al texto y pintar corriendo la letra que le parecía más lógica, aunque a veces no fuera ésta la que le pedía el texto sacro.
Así ocurrió, por ejemplo, en el fol. 264r (Heb 2:7), donde el artista echó un vistazo y completó la primera palabra del versículo como «Innuisti» (consentiste). Inmediatamente después, no obstante, se debió apercibir del error al iniciar correctamente el comentario, a la derecha, con un «Minuisti» (disminuiste).
En algunos casos recaía sobre el stationarius —el bibliotecario encargado de la distribución de los pliegos y de revisar las copias— la responsabilidad de la corrección final. Así pasó, por ejemplo, en el fol. 233v (2Cor 16:21), donde el miniaturista erró tanto en el versículo como en el comentario la inicial de «...alutatio» porque había entendido «Laudatio» –voz tan frecuente en los textos litúrgicos–, dando lugar a una imposible «Lalutatio». En último extremo, el corrector logró escribir la 'S' en negro en medio de la 'L' roja resucitando la «Salutatio» original.
Lo mismo hizo en el fol. 286r (Heb 10:7), donde tuvo que colar una pequeña 'T' negra en medio de la 'N' roja del comentario (y también entre los arabescos de la inicial) para cambiar la errada «Nunc» (ahora) en «Tunc» (entonces).
Pero en ocasiones también la atención del corrector andaba floja. Es el caso del fol. 247v (2Tim 1:16), donde el miniaturista imaginó, y creó, un «Sed» (pero) en lugar de un relativamente más raro «Det» (dé). Este ejemplo, junto con la anterior lectura equivocada de «...alutatio» como «Laudatio» nos permite arriesgar la hipótesis de que quizá el miniaturista no fuera muy sensible a la diferencia entre los fonemas 't' y 'd'.
Y, finalmente, un caso más sutil (que la crítica textual definiría como de intercambio de pericopas). En el fol. 292r (Heb 11:22), a la derecha del versículo que empieza por «Fide Ioseph», la palabra inicial del comentario fue completada como «Mosep» en lugar de «Iosep». ¿Por qué?
En este pasaje de la Epístola a los Hebreos, el Apóstol enumera ejemplos de fe desde el patriarca a los profetas. El versículo que empieza por «Fide Ioseph moriens» va precedido —en la página anterior— por un versículo de inicio muy similar: «Fide Iacob moriens», que también menciona a «Ioseph», y le sucede otro que empieza por «Fide Moyses». Quizá el miniaturista, al llegar a la línea «Fide Ioseph», se despistó por un momento y, recordando que ya había pintado una inicial para esta frase en la página anterior, competó la inicial «...osep» del comentario como un «Mosep» que casi correspondía a la palabra inicial del versículo siguiente. Más tarde, esta letra también sería corregida con una pequeña 'J' negra entre las patas de la gran 'M' roja.

¿La moraleja? Pues, quizás, que errare era tan humanum hace ochocientos años como hoy. Y esto, por descontado, tampoco será de otro modo en nuestra edición. Solo queda esperar que los errores de hoy no le causen demasiado enojo al Benevolente Lector del futuro, y que los acoja con el mismo ánimo sereno con que nosotros hemos señalado los de aquellos copistas.