28 junio, 2010

El demonio de la rapidez


El aeropuerto de Mallorca ha crecido como una mala enfermedad sobre la llanura de la isla, antes una zona fértil de huertos y pasto. No puede ser de otra manera si se quiere alimentar la frenética industria turística. Así, salir y entrar en barco desde el puerto de Palma, que durante muchos años era lo más habitual para ir a Barcelona, Valencia, las otras islas o puertos cercanos, es hoy una rareza. Solo quienes tienen fobia a volar, quienes deben ir con el coche o albergan alguna extraña y poderosa razón, eligen el mar. Nosotros tuvimos que ir a Barcelona hace unas dos semanas y recordamos aquellos barcos destartalados, con un fuerte olor a gasóleo, incomodísimos, que nos llevaban antes. Los barcos de línea de ahora son grandes y acogedores, y lo más importante es que en ellos, como entonces, se viaja a una velocidad que aún permite notar que se está viajando, que el cuerpo está yendo de un lugar a otro lugar; una velocidad que concede adecuar los pensamientos y las sensaciones a los infinitos puntos de llegada en que consiste todo viaje, sin dejar el alma atrás, abandonada en el punto de partida.


García Márquez consideraba que la velocidad máxima a la que podía viajar su alma era aproximadamente la del paso de un burro, así que tardaba días en volver a encontrarse con ella después de un viaje en avión. Esto era antes. Hoy, al contrario, hasta puede ser que el alma, ya tan mal acostumbrada, vaya más rápido que el barco y llegue a Barcelona antes que nosotros, y por eso damos vueltas impacientes por cubierta.















Даль рухнула, и пошатнулось время,
Бес скорости стал пяткою на темя
Великих гор и повернул поток,
Отравленным в земле лежало семя,
Отравленный бежал по веткам сок.
Людское мощно вымирало племя,
Но знали все, что очень близок срок.
La lejanía se desmoronaba y se agitaba el tiempo,
el demonio de la rapidez plantaba el pie en la cumbre
de las más altas montañas y las corrientes desviaba,
en la tierra envenenada yacía la simiente,
corría por el tronco la savia envenenada.
La poderosa tribu humana se extinguía,
todos sabían que el final estaba allí cerca.


Ana Akhmátova, 1960

23 junio, 2010

Felicidad

Casi no había salido el sol en Palma cuando partimos hacia Budapest. Los húngaros cuando viajan en avión tienen dos costumbres que conviene conocer. Se ponen en la cola de la puerta de embarque en cuanto llegan, aunque falten dos horas para el vuelo o aunque la azafata, como ha sido hoy el caso, les repita varias veces que todavía falta mucho para empezar a embarcar. La otra peculiaridad es prorrumpir en ruidosos aplausos y vítores en cuanto el avión toca tierra, como si el piloto hubiera realizado una peligrosa hazaña acrobática en lugar de un sencillo aterrizaje.

Antes de llegar a la casa de la familia húngara he visto una imagen emocionante bajo el velo de esta llovizna impropia de finales de junio que cubría Budapest. Ha sido como volver a la infancia, pero en este caso una infancia vivida en otro sitio. En nuestra Palma natal también ponían en la puerta, hace mucho tiempo, las botellas de sifón vacías para que las cambiaran por otras llenas. Pero eso era hace mucho, mucho tiempo, cuando aún había serenos rondando las calles por la noche y yo iba a la escuela con pantalones cortos todo el año.

En nuestro interior más profundo la felicidad se llama Budapest.

18 junio, 2010

Atardecer en Asuán


Cuando utilizamos el adjetivo «mediterráneo» o la expresión «cultura mediterránea» solemos entendernos. Más o menos. Si después queremos precisar este concepto sus contornos se vuelven borrosos. Egipto es un ejemplo de esta difuminación. El Cairo es mediterráneo. Sin duda aún lo es más Alejandría. Todavía Luxor es mediterránea. Pero ya no lo es Asuán. Algo se ha perdido en el camino. Grecia y Roma llegaron hasta Asuán. Y aún bastante más abajo. Monasterios como el de San Simeón atestiguan la implantación del cristianismo, que sigue allí presente con más fuerza incluso de la que uno podría imaginar. Comunidades judías y arameas prosperaron en la isla Elefantina. El mismo Nilo que baña El Cairo se remansa en Asuán y es aquí más amplio, más suave, más benévolo, más «mar». La comunicación de Asuán con el norte fue siempre estrechísima. Era un mercado (tanto la etimología del nombre egipcio, Swenet, como la árabe, As-suan, así lo indican), la vanguardia sur de las civilizaciones del norte. Aún y con todo eso, esta no es una ciudad mediterránea. Asuán hace ostensible su característica de lanzadera hacia una tierra inexplorada en la que las expediciones se perdían o volvían contando historias de vastos territorios, selvas, llanuras, bestias, calor. Cualquier viajero del norte debía percibir enseguida que en Asuán no estaba en su casa —a pesar de que fue hogar acogedor para el hombre desde el paleolítico—. Asuán es el Finisterre de Egipto: un lugar donde empiezan las leyendas, un punto, ciertamente melancólico, donde debe cambiarse la mirada y abandonarse el pasado.



Hace mucho calor en Asuán. El río remansado invita a nadar, aun a riesgo de la temida esquistosomiasis (en los hoteles y algunos bares con terrazas sobre el Nilo hay piscinas, pero hay que pagar). Los nilómetros de Elefantina carecen hoy de la función —entonces absolutamente esencial— de medir la subida de las aguas. En cambio, el flujo de riqueza en Asuán lo marca la llegada, perfectamente pautada a períodos regulares, de los grandes barcos de crucero que llegan desde El Cairo y dejan sobre la ciudad su flujo de dinero. Los comerciantes saben bien qué día de la semana llegan los barcos cargados de españoles, qué día los alemanes, cuándo los italianos… y preparan la cosecha de cada grupo según sus preferencias y peculiaridades.

14 junio, 2010

La desaparecida Nubia


Las improbables pirámides del Egipto imaginario de Athanasius Kircher, de las que hace poco hablábamos, están plantadas en la arena del desierto como cucuruchos de helado puestos del revés. Sin embargo, tales pirámides existen. Aunque no precisamente estas, ni tampoco en el lugar donde Kircher las ubicó.


Estas pirámides se encuentran en Nubia, al sur de la primera catarata, la frontera tradicional de Egipto. Nubia mantuvo estrechos contactos comerciales con Egipto desde tiempos anteriores a los de los faraones, exportando al norte los tesoros exóticos del África Negra, marfil, maderas tropicales y esclavos (y luego, también, los preciados enanos que actuarían como músicos). Desde 1500 a.C., durante unos cuatro siglos, los faraones fueron, además, señores de Nubia. Ramsés II se preocupó especialmente de aquel territorio, excavando en la roca los templos de Abu Simbel. A su vez, en el siglo VIII a.C.  el reavivado reino nubio de Napata ocupó todo Egipto y lo gobernó como 25ª dinastía hasta la invasión asiria.

Pirámide y capilla de un rey meroítico (foto de 1906)

Estas empinadas pirámides de la región de Napata y Meroe son las tumbas de los faraones nubios. Existen en un número mayor que el total de las otras pirámides que se construyeron en Egipto. Su altura desafía a la de las egipcias, pero su base es de alrededor de una quinta parte.

Coloso de Ramses II tallado a la entrada de su templo de Abu Simbel (1906)

Estas fotos las tomó James Henry Breasted, director del Museo Oriental de Chicago (después Instituto Oriental) durante sus dos expediciones a Nubia.

James Henry Breasted copiando las inscripciones del rey Tutmés III 
—también nombrado como Tutmosis III, ca. 1500 a.C.—
en el Templo de Horus en Edfú (1906)

James Henry Breasted empezó estudiando lenguas bíblicas para acabar siendo, finalmente, en 1894, el primer doctor en egiptología de América. Fue el fundador de los estudios de egiptología en Estados Unidos, miembro de aquella generación de investigadores que iniciaron las excavaciones de los restos de las grandes civilizaciones, desde Egipto a Persia. Fue quien acuñó la famosa expresión de «el creciente fértil» para designar las tierras del Tigris y Éufrates.

Columnas de Osiris en el vestíbulo del templo de Ptah en Gef Husein
(siglo XIII a.C. ahora bajo las aguas del lago Náser)
(1906)

James Henry Breasted fue el autor de la primera Historia de Egipto científica en inglés, y publicó en 1906 cinco volúmenes con las traducciones de todas las inscripciones egipcias conocidas hasta el momento, un manual que todavía hoy aprovechan los egiptólogos. (1 2 3 4 5)

El Nilo al fondo del eje principal del templo de Dakka (1906). Este templo, a causa de la
presa de Asuán, fue trasladado en 1968 al nuevo Es-Sebwa.

La primera presa de Asuán —la «presa baja»—, se acabó en 1902, aunque las obras de mantenimiento y cambios seguirían constantes, aumentando su altura hasta que se decidió en 1952 la construcción de la «presa alta». Desde esa primera fecha los templos y poblados de la Baja Nubia empezaron a verse afectados. La incipiente egiptología internacional alertó de inmediato sobre los daños. Breasted tuvo fuerza suficiente para convencer a los patrocinadores de la Universidad de Chicago (a Rockefeller Jr. el primero) de que le ayudaran en una expedición que investigara los monumentos nubios.

James Henry Breasted, su esposa, la pianista Frances Hart y su hijo Charles,
más tarde biógrafo de su padre (1906)


La expedición que incluía, además de la familia Breasted, a dos fotógrafos alemanes (Friedrich Koch (1905-6) y Horst Schliephack (1906-7), partió de Asuán en el invierno de 1905. Viajaron remontando el Nilo, fotografiando y copiando todas las inscripciones que encontraban a su paso.

Friedrich Koch fotografiando el interior del gran templo de Abu Simbel (1907)

Fotografiando la Gan Estela of Tutmés I en Tumbos (1907)

Al acabar su expedición en la primavera de 1907 nos legaron cerca de 1200 fotografías, todas están ahora digitalizadas y publicadas por el Instituto Oriental. Pulsando sobre los topónimos del mapa de la expedición pueden verse aquellas que se tomaron en ese lugar.

Inscripción en la roca que registra las crecidas del Nilo, 1900 - 1759 a.C. (1907)

A finales de 1959 Egipto decidió poner manos a la obra y construir la Presa Alta de Asuán con el concurso de la Unión Soviética. El embalse tras el muro de cien metros de alto empezó a llenarse de agua en 1964. En 1970 toda la antigua Nubia descansaba bajo las aguas. La población nubia, con su propia lengua y cultura, fue deportada y realojada a lo largo de Egipto. Entre estos nubios estaban los descendientes de un grupo de húngaros capturados por los turcos alrededor de 1500: sobre esta peculiar historia escribiremos más tarde.

Caravana de la expedición de Breasted a Nubia, en la tercera catarata (1907)

Un maestro dando clase en una aldea nubia de la isla de Argo (1907)

Ceremonia funeral nubia al socaire de la Montaña Sagrada (1906)

Desde inicio de los 60 todos los egiptólogos del mundo tuvieron que hacer muchas horas extras para salvar en lo posible los monumentos de la zona. Se llevaron a cabo gran número de excavaciones y se desplazaron todos los pequeños monumentos que se pudo, así como veintidós grandes templos. Con todo, fue un pequeño rescate, una parte mínima de los monumentos nubios: el resto permanece bajo las aguas del inmenso lago Náser. Otra parte ha sobrevivido unicamente en estas fotos tomadas por el equipo de Breasted.

Cabeza de una inacabado coloso de granito que representa a un desconocido rey de Napata
(siglos V-IV a.C.), en Gebel Barkal.

11 junio, 2010

Bahariya

BahariyaSalir de la acogedora cinta verde del Nilo ayuda a comprender, por un brusco procedimiento negativo, la fuerza que adquirió la civilización egipcia. La hostilidad del territorio que enmarca el paso del río es de una dureza insuperable. Los habitantes de aquel corredor fértil y prodigioso tenían evidencia desde la cuna de que habitaban el mejor de los mundos posibles, rodeados de caos, y eso debió ayudarles a desarrollar la cohesión que mantuvieron constante durante milenios. Esta sensación se acentúa al salir de El Cairo hacia los Oasis del Desierto Occidental, el lugar donde los antiguos sacerdotes veían morír cada día al Sol. Y se repite de manera modificada al llegar al primero de ellos, Bahariya: si el Valle del Nilo es una bendición, con su ciclo de fertilidad, su fluir y su renovación permanente, los oasis son islas. Pequeñas salpicaduras de agua viva, pero que no fluye sino que brota de la arena y allí resiste, y cuya precaria permanencia debe ser defendida, ganada. Delicadas joyas, objetos de codicia y de necesidad a los que solo resguarda la propia dureza del entorno exterior y la distancia.

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06 junio, 2010

Las Polaroid de Tarkovsky




No es muy conocido que Tarkovsky, cuyas películas parecen estar compuestas a veces por un montaje de fotografías estáticas, se dedicó durante algún tiempo, efectivamente, a tomar fotos con una Polaroid. Estas fotos, a pesar de sus imperfecciones técnicas, atestiguan la misma forma de mirar y el mismo mundo visual de sus grandes films.

Una selección de estas fotos se publicó primero en Italia en 2006 y recientemente un fotoblog ruso digitalizó todas las imágenes. De aquí las hemos tomado nosotros. Como siempre, pasad el ratón sobre el mosaico para ver una imagen pequeña y, si os interesa contemplar los detalles, haced clic para ampliarla.




«En 1977, durante la ceremonia de mi boda en Moscú apareció Tarkovsky con una cámara Polaroid. Había descubierto recientemente este aparato y estuvo usándolo con regocijo entre nosotros. Él y Antonioni fueron mis testigos de boda. Según la costumbre de aquella época eran ellos quienes tenían que elegir la música que sonaría en el momento de firmar los documentos de matrimonio. Escogieron el Danubio azul.

Por entonces Antonioni también solía usar una Polaroid. Recuerdo que en el curso de una localización de exteriores en Uzbekistán donde queríamos rodar un film —que finalmente no hicimos— regaló a tres ancianos musulmanes las fotos que les había tomado. El más viejo, nada más verlas se las devolvió con estas palabras: "¿Qué hay de bueno en parar el tiempo?". Este rechazo desacostumbrado nos sorprendió tanto que no supimos contestar.

Tarkovsky pensó mucho sobre el "vuelo" del tiempo, y quería conseguir una sola cosa: pararlo —aunque solo fuera por un instante, en las imágenes de la Polaroid».

Tonino Guerra