29 septiembre, 2009

Ciudad


«La Ciudad de Mallorca, antiguamente Palma, afortunada por la fecundidad de su suelo, por su aire sano, por la abundancia de frutos de todas clases, por la belleza impresionante de sus edificios, por la situación de sus murallas y fortificaciones y la circunvalación de tres millas itálicas, la mitad fortificadísima, capital de la isla de Mallorca y asimismo de todo el reino balear, tiene sede episcopal y una Audiencia Real, que preside un virrey en nombre del católico monarca de las Españas. Está situada al principio del quinto clima de latitud norte (39º 36') y en los 25º 2' de longitud. Al sur es bañada por el mar y su célebre puerto es un seguro refugio para las naves. Diseñada con gran esmero por Antonio Garau, Presbítero y Matemático, ve ahora la luz por primera vez. Año del Señor, 1644».

Consta que los romanos fundaron una ciudad llamada Palma en Mallorca pero, de hecho, no hay ningún documento que certifique de manera absoluta que aquélla se correspondiera exactamente con la Palma de hoy. Desde luego, los restos de murallas y vestigios borrosos de algunos posibles edificios importantes (un anfiteatro, por ejemplo), dan ciertas garantías de que la Palma romana estuviera en la parte alta, alrededor de la plaza de Cort.

Cuando llegaron los árabes en 903, de aquellos edificios romanos ya no parece que quedara mucho, y no fueron precisamente respetuosos al asentarse sobre ellos. En resumen, el primer nombre certificado de la urbe es la «Madina Mayurqa» de los árabes, pues «Palma» no pasa de ser una hipótesis oculta en unas ruinas romanas.

En 1229, al conquistar la ciudad, Jaume I simplemente hizo una traducción literal del árabe y dio a la ciudad el nombre oficial de «Ciutat de Mallorca» (ya se la llamaba así desde Cataluña). Y de este modo se la conocería hasta después de la Guerra de Sucesión (Mallorca fue el último territorio en capitular ante el ejército de Felipe V de Borbón, el 3 de julio de 1715).

Plano de «La Ciutat de Mallorca» del presbítero y matemático Antonio Garau, 1644

Como bien se sabe Felipe V, en uno de sus «Decretos de Nueva Planta» quiso hacer tabula rasa en la estructura del estado y castigar especialmente a Mallorca, así que una de las medidas fue cambiarle el nombre a la capital, del orgulloso «Ciutat de Mallorca» al prestigioso pero ajeno topónimo romano «Palma» (nunca «Palma de Mallorca» que es un invento posterior fabricado solo para los forasteros). El borbón también prohibió el uso del catalán en la administración, con lo que «Ciutat» ya no era posible. Y ahora, en 2008, finalmente, se ha fijado el nombre oficial e indiscutible de «Palma».

Por supuesto, en los pueblos de Mallorca, desde el siglo XVIII hasta hoy, mucha gente siguió y sigue llamando a la ciudad «Ciutat», apelativo que se resiste a desaparecer de la boca de los mallorquines.

Óleo anónimo de mediados del siglo XVII que sigue –más o menos– el plano de Garau

Y es lástima que no se haya sabido preservar la denominación «Ciutat» (o «Ciutat de Mallorca») pues son muy pocas las ciudades del planeta que se atreven a llamarse limpiamente así, marcando el orgullo de ser «la» ciudad, como si dijéramos el centro del mundo. Poquísimas: Roma era la Urbs, Constantinopla —Constantinopolis— la Polis (de hecho, Estambul viene del griego local is tan polin = en la ciudad), y Medina, la ciudad para los contemporáneos de Mahoma... Y, a su lado, «Ciutat de Mallorca».

22 septiembre, 2009

Executio in effigie


Destructores de libros y ciegos ejecutores de órdenes bárbaras los habido siempre y en todas partes. Hablando hace unos días de la damnatio memoriae de Erasmo en los sucesivos índices censores católicos hemos recordado la vesania con que se aplicó una anónima mano, con seguridad española, en un ejemplar de la Cosmographiae universalis (Basilea: Heinrich Petri, 1550) procedente de la Biblioteca Real y que ahora se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (R/33638).

La editio princeps de esta obra del geógrafo y hebraísta Sebastian Münster apareció en 1544, en alemán, dedicada a Carlos V. Se trata de la primera obra moderna de vistas y descripciones corográficas de ciudades. Tuvo tres ediciones hasta esta versión latina de 1550, en la que vemos los maltratados retratos de Erasmo. Luego, entre 1550 y 1628 aparecieron más de veinte ediciones en seis lenguas distintas. Fue, sin duda, una de las obras de mayor éxito del Renacimiento. Mezclaba con buen tino divulgativo informaciones históricas, astronómicas, cartográficas, naturalistas, folklóricas... al paso de la descripción de las ciudades del mundo. Esta edición de 1550 es muy voluminosa, de más de mil doscientas páginas y unos novecientos grabados, incluyendo vistas panorámicas de sesenta y cuatro ciudades.

El libro fue un trabajo colectivo con participación de una gran cantidad de eruditos y artistas. Estos dos retratos de Erasmo se atribuyen a Hans Rudolf Manuel Deutsch que sigue fielmente sendos modelos de Hans Holbein el Joven.


Si en el ejemplo anterior sobre la persecución de Erasmo veíamos la cancelación de su nombre para la posteridad, aquí vemos la obliteración de su rostro: un borrado completo en texto e imagen (es impresionante cómo se le han sacado los ojos y cosido la boca). No sabemos cuándo se cometió el destrozo, pero es de imaginar que fue poco después de la promulgación del infausto primer Index librorum prohibitorum romano de 1559.

En este ejemplar, por supuesto, no es solo Erasmo quien sufrió el atentado. Toda referencia a la Reforma, incluidos aquellos lugares en los que se desarrolló primero, así como algunas alusiones a la religiosidad «supersticiosa» propia de los españoles (p. 61) o las persecuciones inquisitoriales de la herejía (p. 477) fueron tachadas para que los lectores hispanos no se contaminaran.

Pero estos empeños casi siempre fracasan. El libro fue leído y leído con avidez, rellenando con la imaginación los huecos y vacíos depositados por la censura. No deja de ser misteriosa, pero tremendamente sugerente, la anotación de una mano posterior (después, claro está, de 1605) que escribió a ambos lados de la efigie de Erasmo: «Sancho Panza» (a la derecha), «y su amigo d. Quijote» (a la izquierda).

Sobre ello reflexionó Marcel Bataillon:

Nos es imposible reconstruir las reflexiones que guiaban su pluma cuando trazó estas enigmáticas palabras. ¿Sería un ortodoxo que entregaba mentalmente a las severidades de la censura los coloquios de Sancho Panza y de su amigo don Quijote? ¿No sería más bien un espíritu libre que gozaba de sus sabrosas charlas como de un desquite por la prohibición de los Coloquios de Erasmo? Es imposible saberlo, y esto nos importa bien poco. La asociación de ideas que hizo surgir el recuerdo del Quijote en presencia de un Erasmo mutilado basta, por sí sola, para probarnos que ese desconocido percibía entre Cervantes y Erasmo el secreto parentesco que aquí afirmamos. (Erasmo y España, 1983, p. 799).

20 septiembre, 2009

Nomen Erasmi

Pero ¿por qué justamente Erasmo?

Erasmo no era Lutero ni Calvino. Era un sacerdote católico que nunca abandonó su vocación, que condenó las enseñanzas de Lutero, escribió espejos espirituales para parejas cristianas, viudas y caballeros, y que en los últimos años de su vida, cuando Basilea, el agitado centro del humanismo alemán, se hizo protestante, emigró de allí hacia la provinciana pero católica Friburgo, pues, según sus palabras, no podía vivir sin la eucaristía. ¿Por qué, entonces, el Índice expurgatorio ordenó eliminar solo su nombre?

El Index librorum prohibitorum romano, la lista de los libros prohibidos, se publicó por primera vez en 1559 a instancias del Papa Pío IV. Su aparición se debía no solo a la insistencia y la exigencia del papa más conservador del siglo, que también quiso suprimir a la Compañía de Jesús por su «excesivo liberalismo», sino también al giro que había experimentado la relación entre política y religión, iglesia y reforma, desde 1550. Por entonces, hacia la muerte de Carlos V, era ya claro que la Reforma amenazaba la unidad y la gobernabilidad del Imperio. La «herejía» se había convertido en un problema político. Empezaba un proceso de cristalización, llamado «confesionalización» por los historiadores modernos, que a fines del siglo partió Europa en confesiones religiosas y estados nítidamente demarcados por su pertenencia a una confesión u otra, sentando las bases del conflicto global —de hecho, la primera guerra mundial— que recorrió todo el siglo siguiente.

Mientras que, al principio, uno podía ser buen católico y simpatizar a la vez con las nuevas enseñanzas, desde 1550 en adelante a todos se les exigió sin sombra de ambigüedad un compromiso con una u otra confesión. Y el poder político consideraba más peligrosos no a quienes estaban claramente en el otro lado, sino a aquellos que —como los «belgas» de los chistes flamenco-valones— intentaban mantener una ficción de unidad, de diálogo y de equilibrio racional de los argumentos. Y este movimiento, llamado «irenismo» (de la palabra griega εἰρήνη, «paz»), tuvo en Erasmo a su progenitor y piedra de toque.

El Index romano. Portada interior de la edición de 1758El Index romano. Portada interior de la edición de 1758.

En 1559 hacía veintitrés años que Erasmo había muerto, pero la popularidad de sus obras iba en aumento y se iba difundiendo en traducciones que llegaban más allá de los círculos humanistas. Pío IV decidió poner fin de golpe a esta situación incluyendo todas las obras de Erasmo en el Index romano: Desiderius Erasmus Roterodamus cum vniuersis Commentarijs, Annotationibus, Scholijs, Dialogis, Epistolis, Censuris, Versionibus, Libris, & scriptis suis, etiam si nil penitus contra Religionem, vel de Religione contineant. – «Todas las obras de Desiderio Erasmo de Rotterdam junto con todos sus comentarios, notas, tratados, diálogos, cartas versiones, libros y escritos, incluso si no contienen nada contra o acerca de la religión». Desde entonces, el único país en que podían leerse sus obras fue España, donde Felipe II, en su deseo de controlar a un papa profundamente anti-hispano, se arrogó el derecho de publicar un Index propio, muchó más moderado que el romano. El humanista aragonés Lorenzo Palmireno (1524-1579) no encontraba bastantes palabras para expresar su gratitud:

Dios conceda una larga vida al Gran Inquisidor pues él ha sido mucho más generoso con los hombres de entendimiento que el Papa. Porque si él aparta de nosotros los Adagia de Erasmo, como el Papa hizo en su catálogo, ciertamente digo que sudaríamos sangre y agua.

La Locura. Dibujo marginal hecho por Hans Holbein en la primera edición del Elogio de la Locura de Erasmo, 1515.La Locura. Dibujo marginal hecho por Hans Holbein en la primera edición del
Elogio de la Locura de Erasmo, 1515.

La severidad del Index romano no pudo sostenerse mucho tiempo. Pocos años después de la muerte del Papa, en 1564 el Concilio de Trento promulgó una versión más moderada que liberaba varias obras de Erasmo. A continuación, la Congregación papal del Index, establecida en 1571, introducía la nueva categoría de «libros limpios». Las especificaciones publicadas regularmente por la Congregación definían en detalle las partes de los libros que debían «expurgarse» de modo que su lectura fuera aceptada. Esta especificación fue el Index expurgatorius, al que nuestro gorgojo hizo referencia en las guardas de los Emblemata de Alciato, purificados del nombre de Erasmo en 1618.

Estudios de las manos de Erasmo por Hans Holbein, el Joven, 1523Estudios de las manos de Erasmo por Hans Holbein, el Joven, 1523. Holbein, al igual que Erasmo,
mantuvo una actitud que se pudo interpretar como ambigua en su definición confesional.
Lo hemos comentado en nuestra edición de los Retratos o Tablas de las Historias
del Testamento Viejo
, que se publicaron sin el nombre del artista

Entre las obras de Erasmo solo hubo una tratada en detalle en el Index expurgatorius: los Adagia. Las otras fueron o prohibidas o permitidas en su totalidad por el nuevo Index. Los Adagia, la monumental colección de antiguos proverbios griegos y latinos acompañados de comentarios tremendamente minuciosos, aparecía entonces como un libro que no era recomendable ni prohibir ni permitir. Esta obra, que en las intenciones del autor debía presentar el mundo clásico de una manera fácil y fluida, y con un estilo coloquial, se había convertido por entonces en un libro escolar indispensable.

Aquí se han quemado en casa muchas obras de Erasmo y specialmente dos o tres vezes los Adagios. Agora con la licencia avida del Alexandrino, se duda sí se podrían tornar a comprar los Adagios; y ya que fuesse lícito, si le parece cosa expediente hazerlo, porque estos lettores de casa dessean estos libros. – escribe Salmerón en 1560, desde el convento de los jesuitas en Nápoles, a su General Laínez.

De esta manera, la Comisión del Index del Concilio de Trento, ya en 1562 optó por el compromiso de encargar a Gaspare a Fosso, obispo de Reggio, y al impresor del Papa, Paolo Manuzio —nieto del gran Aldo Manuzio— una versión de los Adagia limpia de cuanto juzgaban contrario a la fe católica. La nueva versión se publicó en 1575, y desde entonces fue la única autorizada por Roma.

Edición «expurgada» de los Adagia. El nombre de Erasmo ha desaparecido del frontispicio, así como del mismo texto.Edición «expurgada» de los Adagia. El nombre de Erasmo ha desaparecido del frontispicio,
así como del mismo texto.

¿Qué era lo que aquellos censores juzgaban contrario a la fe católica?

Lo primero, el nombre de Erasmo. En aquel proceso de confesionalización, el nombre estaba tan marcado por sospechas de herejía y falta de fiabilidad que los editores consideraron mejor no cargar sobre los futuros estudiantes este peso. Para ello, además, tuvieron que transformar todas las sentencias de primera persona del singular en sentencias de primera persona del plural o en tercera persona pasiva del singular: por ejemplo, escribieron invenimus (encontramos), o invenitur (se ha encontrado) en lugar del habitual invenio (encuentro, hallo...) de Erasmo. De este modo, realmente estaban actuando con el mismo espíritu erasmiano, pues Erasmo veía los proverbios antiguos como fórmulas de sabiduría colectiva del pasado.

Omitieron todas las referencias a la Biblia y a los padres de la iglesia, fundamentalmente para separar tajantemente la esfera religiosa y la secular, aunque la mayoría de tales referencias no desprendían el más mínimo aroma a herejía. Por lo mismo, omitieron también todas las citas que comentaban el uso de proverbios en la Biblia: Los padres han comido uvas acerbas, y los hijos tienen dentera, o Tocamos para ti la flauta y no bailaste, cantamos endechas y no gemiste.

Eliminaron la mayoría de referencias que contuvieran agudezas políticas o digresiones de crítica social, y las menciones de autores, libros o personas contemporáneos, que tanto animaban el texto. De este modo, párrafos enteros o una de cada tres o cuatro frases de algunos artículos, como ocurre en Aut regem, aut fatuum nasci oportere (se nace rey o imbécil), y hasta artículos completos desaparecieron del libro.


Autorretrato de Erasmo
en los márgenes de sus
comentarios a San Jerónimo
Cualquier trabajo contiene errores. En éste quedaron referencias apuntando al vacío —a artículos eliminados por completo—, o lecturas apresuradas como la de clepsydra pestilentior (más pestilente que la clepsidra) en lugar de clepsidra perstillantior (más veloz que la caída del agua en la clepsidra). Sin duda, ello debía dar mucho qué pensar al lector católico, a quien no se le permitía cotejar las lecturas sospechosas con la edición original.

Es raro que en las investigaciones sobre Erasmo y su proceso de censura —por ejemplo el libro fundamental de Silvana Seidel-Menchi (1992)—, aunque se refieran a esta edición expurgada de los Adagia, nunca se hayan interesado a fondo en los diez mil cambios que hizo obligatoriamente la recepción católica y que la distancian tanto de la protestante. Una compulsa palabra por palabra del «texto católico» con el original y una lista detallada de las diferencias la elaboramos nosotros en Studiolum, en la primera edición digital de los Adagia que es, a la vez, la primera edición completa de esta obra desde la editio optima de Leiden 1703. Además del texto completo de Leiden, el cotejo con la «edición católica» y las notas del famoso impresor y filólogo francés Robert Estienne, publicadas inicialmente en 1563, incluimos también las traducciones contemporáneas de los Adagia. Así, por ejemplo, se encuentra aquí la curiosa traducción inglesa arcaica de Richard Tavernier (1539-1545), o la edición húngara de Johannes Decius Baronius, de 1598, donde los proverbios no van meramente traducidos sino sustituidos por sus equivalentes contemporáneos húngaros.

Erasmus: Adagia. Edición CD por Studiolum
Según los términos del Index expurgatorius, tras la salida de los Adagia expurgados en 1575 no solo la pertenencia de cualquier otra edición quedó prohibida, sino que los cambios debían incorporarse también a las ya existentes. Nuestro ejemplar de Alciato sufrió todos los rigores de este decreto. Ciertamente, los Emblemata no son lo mismo que los Adagia, pero tienen mucho que ver. Erasmo menciona a menudo con respeto a su amigo Alciato en los artículos de los Adagia, y en los emblemas de Alciato aparecen con frecuencia los adagios de Erasmo transformados en «proverbios en imágenes», como destaca Francisco Sánchez, el Brocense, en sus comentarios a lo largo de este libro. El desconocido censor ejecutó en él con toda exactitud aquello que ordenaba Roma para los Adagia: la eliminación del nombre de Erasmo. Es la prueba de un aspecto que la investigación sobre los emblemas ha notado relativamente tarde: que en el siglo XVI el género de los adagios y el de los emblemas se consideraban muy similares.

Esta censura, con todo, y aunque se cumpliera escrupulosamente, no valió el esfuerzo. Los contemporáneos sabían exactamente a quien tenían que agradecer que se hubiera abierto por primera vez una amplia ventana al mundo clásico. Y los países protestantes siguieron publicando los Adagia, e incluso ampliándolos con miles de proverbios nuevos. Los ejemplares de estas ediciones podían encontrarse también en las bibliotecas de muchos conventos y diócesis católicas, y realmente no se sometieron los libros a una expurgación absolutamente metódica. La existencia física de estos ejemplares demuestra lo que anunció John Colet, deán de la Catedral de San Pablo en Londres y amigo de Erasmo, ya a principios de la centuria:

Nomen Erasmi nunquam peribit–
El nombre de Erasmo nunca morirá

14 septiembre, 2009

Terra Sancta


La Biblioteca de la Catedral de Kalocsa guarda un curioso libro... Así planeaba empezar esta entrada pero, pensándolo bien, así podría empezar mil páginas distintas sobre la Biblioteca de Kalocsa. La magia de las viejas bibliotecas eclesiásticas, justamente, es que esconden cantidad de libros raros, documentos personales, legajos nunca estudiados, fondos intactos. No suele ocurrir lo mismo con las bibliotecas estatales, normalmente reubicadas, recatalogadas y reordenadas muchas veces. Cuando uno se sumerge en una de aquellas bibliotecas puede sentir durante días una suerte de feliz emoción por el cercano descubrimiento, similar a la de los humanistas del Renacimiento italiano cuando soplaban el polvo de las estanterías en busca de autores clásicos. Y en muchos casos el hallazgo tiene lugar.


El libro del que hablo es un diario alemán manuscrito en el que un tal Konrad Beck registró los acontecimientos de su peregrinación a Tierra Santa en 1483. El manuscrito de tan solo 36 hojas estuvo perdido en el interior de una encuadernacion enorme, de cuero hermosamente trabajado, sobrepujado, pintado, con hierros y cierres de metal. Estaba allí como un cachorrillo dentro del abrigo de piel que le sobra. Da la impresión como si el autor hubiera elegido esa gran cubierta para llevar consigo durante el viaje e ir añadiéndole hojas a medida que las escribía. Pero no es así. La encuadernación es posterior, del siglo XVII. Fue entonces cuando uno de los últimos descendientes del autor colocó el diario de su antepasado, conservado como preciosa reliquia, dentro de la encuadernación de un libro cuyas páginas se habrían vuelto prescindibles.



Y el elemento más peculiar del libro está en el envés de su cubierta anterior. Aquí, alguien colocó una ventanita adhiriendo dos hojas de papel, como en algunos cuentos infantiles o en las cajas de algunas golosinas.


Al abrir la ventana, en el pequeño nicho tallado en la madera de la tapa, protegido por una placa de cristal de moscovia, se descubre un extraño mechón de pelo negro envuelto en papel. Una inscripción alemana de difícil lectura anuncia que se trata de Cůnrat becken bart von Iherusalem anno 1483º, es decir, «la barba de Konrad Beck, de Jerusalén, 1483». Esta es la razón por la que los bibliotecarios llamaron a este libro el «Bart-Codex», el «Códice barba» ya en el siglo XIX.


Una aclaración sobre esta inusual reliquia de Tierra Santa se lee varias páginas adelante, en una hoja suelta escrita en latín e insertada entre los folios por un descendiente de Konrad Beck a mediados del siglo XVII. El mismo que encuadernó el diario de su muy querido tatarabuelo peregrino en esta cubierta reciclada.


Illustris Generosus et magnificus vir Dominus Joannes Truchses de Waldburg Junior deuota peregrinatione 1483. XII. Julij Hierosolymam venit. Et secum habuit Cunradum Beck de mengen Joannis fil[ium], Petrum coquum de Waldst et Vlricum pictorem familiares et famulos suos. Cunradus Beck totam peregrinationem breuiter descripsit, et barbam suam nescio an voto aut deuotione aut alia de causa abscissam in complicatam chartam condidit et inter alias e terra sancta adnectas res diligenter asseruauit, cum inscriptione proprij chyrographi: Cuenrat Becken part von Jerusalem 1483. – Hieronijmus Beck a Leopoldstorf Marci fil[ius] aui sui Itinerarium sua manu scriptum in librum hunc conligare fecit, illiusque Barbam huc reposuit, et in rei memoriam M. H. scripsit.

El ilustre, generoso y magnífico Lord Johann Truchess von Waldburg, el Joven, llegó en su pío peregrinaje a Jerusalén el 12 de julio de 1483. Iba acompañado de Konrad Beck de Mengen, hijo de Johann, del cocinero Pedro y del pintor Ulrich, todos ellos sus criados y domésticos. Konrad Beck hizo un breve relato de toda la peregrinación, y se cortó la barba —no se sabe si por un voto, por piedad o por cualquier otro motivo— y, envolviéndola en u papel, la mantuvo siempre junto con las otras cosas que trajo de Tierra Santa. Escribió de su puño y letra en el papel: La barba de Cuenrat Beck de Jerusalén, 1483. – Jeremías Beck, hijo de Markus de Leopoldsdorf ordenó que el Itinerario escrito por su antepasado de su propia mano, se encuadernara en esta cubierta, en la cual también guardó su barba, y para memoria de todo esto escribió la presente nota
.

Es cuanto sabemos de la procedencia de esta barba. Incluso Felix Fabri solo puede especificar que Ulrich no era un pintor sino un comerciante que en uno de sus viajes de negocios fue condenado a galeras por los sarracenos y así acompañó luego al Conde de Waldburg en calidad de experto intérprete. Los detalles extravagantes que adornan la historia de la barba en el poema del popular poeta jesuita del siglo XIX Kálmán Rosty publicado el 22 de noviembre de 1883 en el diario de provincias Kalocsai Néplap son completamente apócrifos. El benévolo lector me excusará —y si conociera el contenido seguro que hasta me lo agradecería— que no traduzca aquí los joviales versos.


El viaje descrito en este diario es uno de los importantes en la historia de las peregrinaciones a Tierra Santa, pues al menos seis de sus participantes mantuvieron un diario, y dos de ellos, los itinerarios del dominico Félix Fabri, de Ulm, y de Bernhard von Breidenbach, de Mainz, se convirtieron en las guías más populares de Tierra Santa, y se leyeron y tradujeron hasta el siglo XIX.



El conde Johann Truchess von Waldburg (†1511) fue cabeza de una de las familias aristocráticas más distinguidas del Imperio Germánico. La familia obtuvo el título de Truchess, es decir, Mayordomo Imperial, en 1170, y sus miembros desempeñaron los oficios más destacados del imperio durante siglos. Johann —apodado «el Joven» para distinguirlo de su tío contemporáneo (†1504)— fue consejero de Segismundo, Archiduque de Austria, mientras que su sobrino, Otto, Cardenal de Augsburgo, consejero del Emperador Carlos V —y protagonista de una popular serie de tv, Los Tudor— fue uno de los más firmes promotores de la Reforma Católica en el siglo XVI. La sede familiar, el castillo de Waldburg, al norte del Lago Boden, era el lugar oficial de conservación de la insignia imperial. Su escudo de armas —como los del abuelo y el padre de Johann, Wilhelm y Georg, que se ven arriba— muestra tres leones negros rampantes (o, según otras descripciones, leopardos). Un escudo similar vemos en la encuadernación del manuscrito de Beck, cosa nada sorprendente si pensamos que los Beck pertenecían a la casa de los Waldberg, aunque estas figuras recuerdan más a galgos que a leopardos.


No sabemos qué impulsó a Johann von Waldburg a su peregrinación, pero pudo influir en ello algún tipo de crisis personal. El año precedente había tomado posesión de la herencia y cargos de su difunto padre, y ya en la primavera de 1483 se mostraba reacio a participar en la Dieta Imperial. Rogó a su señor, el Archiduque Segismundo que le excusara, pero sin éxito. Y poco después solicitó al Archiduque permiso para ausentarse junto con tres de sus consejeros, Johann Werner von Zimmern, Heinrich von Stoffeln y Bär (Ursus) von Hohenrechberg, con el pretexto de peregrinar a Tierra Santa. Fabri, en la lista de peregrinos, comenta que «fue como un padre de todos los antedichos, y todos ellos recibieron de él el impulso que los movió a la peregrinación», y anota tan solo que era «de caracter respetable y elevado, serio y dedicado profundamente a la salvación de su alma».

Joseph Vochezer en su monumental monografía (1900) sobre la familia Waldburg, en las págs., 393-396 del vol. II, da una detallada cronología del viaje. Apunta que el conde Waldburg ante todo buscó un guía adecuado, y le recomendaron llevar consigo al dominico Felix Fabri, del Monasterio de Ulm.

Fabri, hijo de un herrero de Zurich, parece haber sido un personaje infatigable y extrovertido a quien encantaba viajar. Desde 1467 organizó viajes a lugares cada vez más lejanos: Aachen, Nuremberg, Roma, Venecia y en 1480 a Palestina. Pero no bien había regresado de allá cuando fue «presa de un ardiente deseo» de volver a visitar de nuevo los santos lugares. Muchos viajeros se identificarán con este autoanálisis notablemente preciso:

Pues yo no quedé en absoluto satisfecho con mi primera peregrinación, por haber sido extremadamente corta y apresurada, y corrimos alrededor de los santos lugares sin poder comprender ni sentir lo que eran. Además de esto, no fuimos autorizados a visitar algunos de los santos lugares, tanto dentro como fuera de Jerusalén, ni se nos concedió pasear por el Monte de los Olivos y sus lugares sagrados más que una vez; y solo visitamos Belén y Betania una vez, y aún esto en la oscuridad. Así que tras volver a Ulm y al empezar a pensar en el Santo Sepulcro de nuestro Señor, y en el pesebre en el que yació, y en la ciudad santa de Jerusalén y las montañas que hay alrededor, la apariencia, forma y disposición de estos y otros santos lugares escapaban de mi mente, y la Tierra Santa y Jerusalén con sus santos lugares se me aparecían envueltos en una oscura niebla, casi como si los vislumbrara en sueños. Y tenía la impresión de saber aún menos de aquellos santos lugares que antes de haberlos visitado. De ahí, solía ser presa de un ardiente deseo de volver y probar la verdad de esto.

Su superior en Ulm, no obstante, estaba feliz de tener de nuevo al activo monje en el monasterio y no tenía ninguna intención de dejarlo marchar de nuevo. Pero Fabri movió los hilos a su favor. Durante el capítulo de la orden en Nuremberg, consiguió secretamente el permiso del superior de Roma, y también arregló con el baile general de Ulm, Konrad Lochner, que si éste oía de algún aristócrata que estuviera en trámites de peregrinar a Tierra Santa, le recomendaría para acompañarle como capellán. Así es como el conde Waldburg supo del monje. Fue a buscarle personalmente al monasterio, pero el superior pidió algún tiempo para considerar el asunto. Waldburg, sin dudarlo, fue al Consejo de la ciudad para que convocaran al superior y doblegaran su voluntad. Ocurrió así y Fabri se puso felizmente a disposición del conde y sus acompañantes. Los guió a través de las maravillas de Tierra Santa y, en el otoño, cuando preparaban el camino de vuelta, optó por continuar solo (una vez obtenida tanto la libertad como el dinero del generoso conde) para visitar el monasterio de su patrona, Santa Catalina de Alejandría, en Egipto. Y luego fue también a ver las pirámides, y vio hipopótamos, cocodrilos y jirafas; y cuando finalmente regresó a Ulm dio una descripción detallada de todo ello.

Las maravillas de Tierra Santa de la edición de Breidenbach, Mainz, 1486: Estos animales
fueron fielmente pintados tal y como los vimos en Tierra Santa.
De arriba a abajo:
Jirafa. Cocodrilo. Cabra india. Unicornio. Camello. Salamandra
El nombre de este no es conocido.


A pesar de que el itinerario de Fabri se hizo muy popular, tuvo que pasar por toda una serie de vicisitudes complicadas, al igual que el propio autor. Su manuscrito autógrafo en latín se custodia en la biblioteca de la ciudad de Ulm, pero el texto latino no se publicaría por primera vez hasta 1843. La sección sobre Tierra Santa fue traducida al inglés en 1896 por Aubrey Stewart (su nombre significa lo mismo que en alemán Truchsess) a cargo de la Sociedad de Textos de Peregrinos a Palestina, y puede encontrarse en Internet en la excelente colección Travelling to Jerusalem de la Universidad de Colorado. Pero la aventura egipcia hasta hoy solo puede leerse en latín. Un cómodo resumen en alemán del texto latino vio la luz en fecha tan temprana como el siglo XV, y fue divulgado por la imprenta en 1557.

Una tempranísima versión manuscrita, probablemente pre-1490, del texto alemán se conserva también en la Biblioteca de la Catedral de Kalocsa. Sin embargo, con sus 132 folios de escritura apretada es mucho más extenso que el resto de manuscritos o impresos alemanes. Al no haber sido nunca cotejado ni con la edición alemana ni con el texto latino, es muy posible que sea de hecho más completo que los otros textos alemanes. Su tamaño y temprana manufactura alimentan secretamente nuestra esperanza de que este manuscrito, comprado probablemente por el Arzobispo Ádám Patachich (†1784) junto con el Códex Beck, sea el original alemán del texto latino de Fabri. Acariciemos este sueño al menos hasta empezar el cotejo.

Nave en construcción en las atarazanas de Venecia. De la edición de Breidenbach, Mainz, 1486.

Entre los participantes en la peregrinación, Fabri recuerda también a Konrad Beck, un vir honestus et providus civis de Merengen qui Dominorum provisor fuit et procurator, un honesto y probo ciudadano de Mengen que se encargó de las provisiones de los señores. Fabri también recuerda una costumbre de los peregrinos que puede arrojar luz sobre los orígenes de la barba conservada como reliquia:

Así, desde hoy [día de la partida] en adelante dejo que me crezca la barba, y adorno mi gorra y mi escapulario con cruces rojas, y acojo todos los demás signos externos de esta santa peregrinación, como es mi derecho. Son cinco las señales exteriores del peregrino, a saber, una cruz roja en una larga túnica gris, con la capucha de monje cosida a la túnica —a menos que el peregrino pertenezca a alguna orden que no le permita llevar túnica gris. La segunda es una gorra gris o negra, marcada también con una cruz roja. La tercera es una barba larga que crece en un rostro serio y pálido a causa de los trabajos y peligros, porque en todo lugar, hasta los paganos, cuando viajan dejan crecer su barba y cabellos hasta que vuelven a casa; y esto, dicen, fue hecho primero por Osiris, un rey muy antiguo de Egipto, que fue adorado como un dios y que viajó por todo el mundo. La cuarta es la alforja al hombro, con las escuetas provisiones, una sola botella, sin lujo, sino sencillamente para las necesidades de la vida. La quinta, que el peregrino incorpora solo en Tierra Santa, es un asno con un guía sarraceno en lugar de su anterior compañía.

Sarracenos en Tierra Santa. Una de las mujeres lleva un burka. De la edición de Breidenbach, Augsburgo, 1488.

El tercer cronista de la peregrinación, también mencionado por Fabri, fue Bernhard von Breidenbach, un canónigo de Mainz, que acompañaba al conde Johannes von Solms, de Hessen. Se sumó a la compañía de Waldburg en Venecia junto a otros peregrinos, incluyendo cuatro húngaros: Johannes archidiaconus, Matheus canonicus, Oschwaldus plebanus y Petrus von Ethews ein Burger. Breidenbach, pues, visitó y describió los mismos lugares que Fabri y Beck, pero ya con una idea de negocio empresarial en la cabeza. En la primavera del año siguiente, 1484, el conde Count Ludwig von Hanau-Lichtenberg visitó los santos lugares con una guía compilada por él. Y dos años después, en 1486 Erhard Reuwich de Mainz publicó el libro en latín y alemán, ilustrado con sus propias xilografías que luego serían reutilizadas para la gran Crónica del Mundo de Schedel. Una copia de la edición de la guía de Breidenbach, de Augsburgo, 1488, también se conserva en la Biblioteca de la Catedral de Kalocsa.

Cuando noventa y nueve años después de la peregrinación, en 1582, la tumba de Breidenbach (†1497) fue abierta, su cuerpo se halló intacto gracias —dicen sus contemporáneos— a que en su viaje oriental tomó la precaución de traer consigo las mejores especias para el embalsamamiento. Y su rostro, aunque en vida limpiamente afeitado, como atestigua su estatua en la Catedral de Mainz, estaba cubierto de una prolixa ac ruffa barba, una barba abundante y rojiza, demostrando así que hasta en la muerte fue un peregrino ilustre.

Iglesia del Santo Sepulcro, en la edición de Breidenbach de Mainz, 1486.

En Studiolum tenemos previsto publicar durante los próximos meses el facsímil del Bart Codex, con la transcripción del texto alemán y resúmenes de su contenido en inglés, español y húngaro. Anotaremos también lo que vieron Fabri y Breidenbach en los mismos lugares, y cotejaremos otras guías, así como las descripciones antiguas y modernas de los santos lugares. Aunque esta peregrinación virtual no nos concederá indulgencia alguna, por lo menos evocaremos algo de aquella región que un tiempo fue, a la vez, el centro del mundo y el maravilloso oriente de la Edad Media. Venid con nosotros.