28 febrero, 2012

Budapest, después del asedio



«Desde un punto de vista histórico es una farsa imperdonable que Atila y los hijos de sus
hunos se quedaran con la capital más hermosa a orillas del río de los Nibelungos.»
Adolf Hitler, Tischgespräche im Führerhauptquartier, Stuttgart 1976, 246

Sesenta y siete años atrás, el 13 de febrero de 1945, el asedio de más de tres meses que había sufrido Budapest llegaba a su fin. Cuando el periodista Zoltán Horváth, un par de días más tarde, llegó a la ciudad y le preguntó cómo estaban las cosas al soldado soviético que inspeccionaba sus documentos, oyó esta respuesta: «peor que en Stalingrado». Y, en efecto, la historia militar conoce el asedio de Budapest —que junto con los de Stalingrado, Varsovia y Berlín fue uno de los más sangrientos y devastadores de la Segunda Guerra Mundial— como «el segundo Stalingrado».

A finales de 1944 los campos petrolíferos del oeste de Hungría producían la principal cuota de combustible de Alemania. Para el ejército alemán era vital conservar el frente de Hungría el mayor tiempo posible. El 1 de diciembre Hitler declaró a la ciudad «Festung Budapest», una plaza fuerte a defender casa por casa. La triple línea de protección construida alrededor de Budapest solo pudo quebrarla el ejército soviético de modo gradual y a costa de grandes pérdidas. Durante el asedio murió casi una décima parte de la población civil de la ciudad, más de una cuarta parte de las casas quedó inhabitable, todos los puentes y varios monumentos históricos fueron destruidos.

Miklós Tamási y Krisztián Ungváry publicaron en 2006 su álbum Budapest 1945 con una amplia -y en su mayoría inédita- documentación fotográfica de las condiciones después del asedio. A continuación presentamos algunas de estas fotos sobre un mapa de Budapest de 1941. Vale la pena consultar el libro no sólo por el resto de las fotos y la buena introducción histórica. Los comentarios a cada fotografía exponen en detalle el contexto de las tomas y componen como en un puzzle la historia completa del sitio de Budapest.

«Durante el sitio, pocos se arriesgaban a tomar fotos mientras crecía el peligro de muerte. Casi todas las fotos de los defensores desaparecieron. No nos es posible mostrar las atrocidades, los combates cuerpo a cuerpo en la calle, los momentos clave de la resistencia antifascista. Nuestro libro sólo ha podido escoger entre el material superviviente. Por eso estas imágenes son principalmente de edificios. Sin embargo, no podemos olvidar que detrás de los edificios en ruinas hay miles de tragedias humanas. Nuestro trabajo tiene también la voluntad de recordarlas».






23 febrero, 2012

Tamten Lwów



– «Aquella Lwów»: una expresión que alude a algo lejano en espacio y tiempo, algo desaparecido que sólo habita en la memoria. Es el título de la extensa monografía en ocho tomos que compuso el arquitecto Witold Szolginia, hijo de la parte más lwowiana de Lwów, Łyczaków, y que hasta la expulsión de los polacos en 1945 residió en la Casa del León de Hierro, en el número 137 de la calle Łyczakówski. La obra se publicó entre 1992 y 1997 como culminación de toda una vida dedicada a la arquitectura y al urbanismo de Lwów.

«Witold Szolginia, primus inter pares de los exiliados de Lwów, fue el enciclopedista de la ciudad. Como dijo uno de sus colegas más cercanos Jerzy Janicki: "Absolutamente rebe, investido de infalibilidad papal para cualquier asunto de Lwów. Arbiter leopoliensis en todas las disputas relativas a la zona comprendida entre Łyczaków y Zamarstinow. Archi-Lwowiano y archi-Łyczakowiano." Poseía una enorme erudición acerca de Lwów, que compartía con todos como el pan. De buena gana respondía a las numerosas llamadas telefónicas de curiosos e interesados por la ciudad, y mantuvo correspondencia incansable con los lwowianos dispersos por Polonia y por todo el mundo. Ciudadano y estudioso de Lwów, "Guardián de la Ciudad y el Cementerio", como Zbigniew Herbert acertadamente lo llamó en la dedicatoria de uno de sus libros de poesía.» (Andrzej W. Kaczorowski)

La monografía, publicada originalmente por la editorial Sudety de Breslavia (Wroclaw), adonde se trasladó desde Lwów, llevaba mucho tiempo agotada. El año pasado la reeditó Jacek Tokarski, activo editor del pequeño sello Wysoky Zamek de Cracovia, cuyo nombre se refiere al Castillo Alto de Lwów. El primer volumen, que con el subtítulo «El rostro de la ciudad» ofrece una visión general de la estructura urbana de Lwów, salió el verano pasado, justo a tiempo para ser nuestro amable compañero durante el recorrido por Galizia que hicimos en agosto. El segundo volumen nos llegó cruzando las calles, plazas y barrios de la ciudad hace unos días; otra vez con la antelación justa para ayudarnos en la preparación de la primera visita que guiaremos a Lwów esta próxima primavera.

Aquí traducimos unas páginas. Es la introducción de la descripción del barrio judío. Un capítulo que nos resultó especialmente válido para la serie de artículos que escribimos sobre el Lemberik judío a petición de la Asociación Cultural Judía de Hungría y que pronto publicaremos también aquí.


«Vamos ahora a visitar un rincón de Lwów seguramente por completo desconocido o sólo conocido superficialmente, por la mayoría de habitantes de la ciudad. Esta parte de Lwów, para algunos misteriosa y para otros hasta exótica, albergaba el barrio judío del norte de la antigua Lwów, expandido durante siglos a partir de uno de los dos guetos de la ciudad. Sólo a modo de excurso: Lwów tuvo dos guetos, uno urbano dentro de las antiguas murallas y el otro en el suburbio del norte, Krakow. Con el tiempo, este último se fue poblando más y más hasta convertirse en el distrito con una población judía más densa. Todo el mundo puede comprobarlo sin necesidad de visitarlo, basta un vistazo al mapa de Lwów y a los nombres de las calles, locales y plazas. Delatan bien el carácter del barrio y la vida cotidiana de sus habitantes: Antiguo Testamento, la Vieja Fábrica de Queso, Sinagoga, el Macabeo, la Cebolla, el Pescado, el Ganso, el Dragón, Meisel, Bernstein, Sternschuss, Beiser, Kohn, Berek Joselewicz, calles Schleidher y Rappaport, Relojería, plaza del Grano…


Esta zona apenas se visitaba salvo que uno tuviera motivos personales o de negocios. Yo nunca tuve nada particular que hacer ahí, y hasta donde recuerdo lo pisé pocas veces en mi juventud, por curiosidad, para sentir el ambiente de un barrio misterioso.


Trato de reconstruir una memoria que se esfuma. Una vez, a lo largo de la calle Peltewna que cruza el barrio, de golpe, en un momento percibí la síntesis de todo el barrio judío. Mi olfato, siempre sensible a los matices, notó un olorcillo a cebolla estofada y a albañal, mis ojos abarcaron la intrincada red de calles y callejas hirvientes con el ajetreo y el gentío, o más bien con una multitud de figuras negras absortas en sus negocios, sentí en mis oídos un zumbido monótono, propio de una colmena, muy diferente del ruido de las otras calles, incluso de las más cercanas. Y tuve la extraña sensación de que estas gentes que estaba viendo nunca descansaban bajo el techo de sus casas, ni de día ni de noche; desarrollaban aquí afuera toda su vida, en esas calles y aceras embarradas y sinuosas. Por todas partes había gente, en las vallas abiertas, en las entradas oscuras y en los patios soleados, en el mosaico abigarrado de negocios, almacenes, establos, tiendas de comestibles y talleres.



Desde mi primera infancia he sido especialmente sensible a los colores que me rodean, y la sensación fue especialmente intensa aquí en el suburbio de Krakow, entre el rumor de la multitud. Aquella masa que llenaba las calles y callejuelas, portales y patios, yendo arriba y abajo, juntándose y gesticulando ferozmente, se me aparecía, si no de manera uniformemente negra, en cualquier caso en tonos muy oscuros. Sólo ocasionalmente brillaba entre lo oscuro un vestido de color, una camisa o un pañuelo de mujer. Por el contrario, los patios interiores y los pasillos sombríos de los edificios sucios y gastados se llenaban de color. Cuanto más te adentrabas, más intensos se hacían los contrastes, cautivando la mirada con matices brillantes y completamente inarmónicos. Y los colores que faltaban en la ropa de la gente, aquí relucían felices, en la ropa de cama tendida ante las ventanas siempre abiertas, en los pasillos exteriores y en cada piso; y el rojo remolacha de las almohadas se daba casi literalmente de patadas con los manteles y la ropa interior de los colores más insólitos, ostentada al público sin el menor pudor.


Todo el barrio judío comerciaba apasionadamente, terriblemente, a lo largo de cada calle y en el interior de cada patio. Sólo de vez en cuando se interrumpían los tratos para recuperar fuerzas en las pequeñas casas de comida instaladas en los sótanos, de donde emanaba el olor de unos guisos ricamente condimentados, con abundante cebolla y ajo, que impregnaban el aire con una nota de exotismo oriental.


Esta imagen ha cobrado vida otra vez en mi memoria, pero «vida» no es aquí una palabra afortunada, todo murió hace cincuenta años: fue destruido y no volverá. Sin embargo, el abandono y el deterioro ya habían hecho por entonces de estas calles, pasadizos y casas pobres, a fines de los años 30, algo en cierto modo irreal. Baste decir cuán exactamente he podido reconocer ahora todos los detalles al añadir a mi colección de fotos de Lwów algunas otras del barrio judío hechas precisamente en aquellos años. En estas fotos del excelente fotógrafo de Lwów, el ingeniero Mieczyslaw Watorski, se encuentran muchas de las cosas que ya he comentado. Aquí se ve la intrincada topografía del barrio judío, las estrechas vías oscuras y sinuosas, con sus aceras llenas de socavones, las fachadas desgastadas y el desmoronamiento de las casas con las ventanas ciegas abiertas. Figuras negras en todas las calles, solas o en grupos. A lo largo de las paredes de los edificios, aquí y allá, alguien sentado, con ropas andrajosas, en una postura triste, trágica, petrificada, esperando sin convicción a algún comprador del barrio... En otro sitio, dos figuras pretenden vender un montón de zapatos tan viejos y rotos que hasta los vendedores ambulantes judíos los llamarían despectivamente «harapos».


Y aún hay otras imágenes que parecen sacadas de un reportaje: la zapatería ambulante del polatajko judío, como se le conocía en Lwów, con un aprendiz niño que trata de insuflar un poco de vida nueva a un zapato gastado, tal vez uno de los «harapos» comprados en la acera de la casa vecina... Pero lo más notable es que tanto el vendedor callejero como el barbado anciano judío junto a la zapatería están leyendo gruesos libros. ¿Qué contendrían? ¿Un libro religioso en hebreo, un texto profano en yidis, un libro en polaco? Quién sabe. En la siguiente imagen, como podíamos sospechar, aparece la fuente de estas lecturas: una librería callejera en forma de mesa atestada de volúmenes​​. Inclinado sobre ella, otro anciano de aspecto respetable y judía barba gris hojea los tomos.



Así fue el barrio judío de Lwów: no sólo abarrotado, ruidoso y de fuerte espíritu mercantil, también extremadamente pobre y en ruinas. Y también intelectual. De esto hace medio siglo, cuando yo a veces lo visitaba. Agradezco al ingeniero Watorski sus fotos magistrales que ahora resucitan para mí un lugar y unas gentes desaparecidas hace tiempo.»



20 febrero, 2012

Agárrame ese fantasma

«El fantasma casero es por lo general una criatura inofensiva y bienintencionada. Se lo aguanta el mayor tiempo posible. Trae buena suerte a los habitantes de la casa. Recuerdo a dos niños que dormían en una habitación pequeña con su madre y sus hermanas y hermanos. En la habitación había también un fantasma. Vendían arenques por las calles de Dublín, y no les preocupaba mucho el fantasma, pues sabían que siempre venderían con facilidad su pescado mientras durmieran en la habitación "encantada"». (W. B. Yeats, 1893)
Henri Robin con un espectro. Foto de Eugène Thièbault, 1863. Es la hora de la muerte: nótese sobre la mesa el reloj de arena que se acaba de vaciar.

Ya hemos visto que la fotografía, mientras buscaba su ubicación entre las artes, creó en el siglo XIX un género de retratos de muertos, en concreto de niños muertos. Aquel período, entusiasmado por las posibilidades sin límite que ofrecía el desarrollo tecnológico, no se contentó con eso. Trató también de atrapar espíritus. Los ingenuos precursores de la psicología experimental, que sostenía que el espíritu era un tipo de materia delicada —el ectoplasma— aventuraron que el objetivo de la cámara tenía que ver más que el ojo humano, y que en circunstancias afortunadas debería ser capaz de captar las siluetas de los muertos que habitaban junto a nosotros. Y allí donde hay demanda hay oferta.

Retrato del poderoso editor Moses Dow con el espíritu de su fallecida asistente Mabel Warren.
Foto de William Mumler, ca. 1871.

La invención de la fotografía de fantasmas fue logro de William Mumler, de Boston, quien en 1861 descubrió en una de sus fotografías el vago perfil de un primo que había muerto no hacía mucho. A partir de entonces comenzó una serie de retratos donde los espíritus aparecían al lado de las personas fotografiadas. Tales prodigios fueron denunciados cuando los espectadores reconocieron entre aquellos espíritus borrosos a toda una serie de personas vivas y coleando en las calles de Boston, cuyos retratos había imprimido Mumler previamente en el negativo de cristal. El método, sin embargo, ya estaba inventado y seguía su propia vía. Varios fotógrafos alcanzaron éxito en el segmento de mercado más prometedor para este negocio: los círculos espiritistas.

Mary Todd Lincoln con el espíritu de su difunto marido, el Presidente Abraham Lincoln.
Foto de William Mumler, ca. 1870-75.

El espectro de Lord Combermere, muerto cinco años antes, en la sala de lectura de Combermere Abbey, en Cheshire, Inglaterra. Foto de Sybell Corbett, 1891.


Rerato de grupo de un escuadrón del aire durante la I Guerra Mundial, con el espíritu de Freddy Jackson, muerto dos días antes, apareciendo por detrás de la cabeza de uno de ellos, 1919

Quien alcanzó mayor fama de todos fue William Hope (1863-1933), antes carpintero, que en 1905 hizo su primera fotografía donde aparecía un espíritu por detrás de un amigo suyo. A partir de entonces se convirtió en un invitado privilegiado de los círculos espiritistas, tanto que no podía cumplir todos sus encargos y acabó por fundar, junto con otros cinco fotógrafos adiestrados por él, una compañía de fotografía de fantasmas llamada el Círculo de Crewe. La empresa prosperó especialmente desde la Primera Guerra Mundial, cuando todo el mundo quería ver, al menos bajo la forma de esos espíritus oscuros, a sus seres queridos caídos en el frente. El trabajo de Hope recibió el aliento de los más grandes nombres, como el Arzobispo de la Iglesia Anglicana, Thomas Colley, o del mismísimo Sir Conan Doyle. A pesar de que sus trucos fueron revelados en un libro en 1922, su popularidad no disminuyó, al contrario, se mantuvo como un fotógrafo de referencia hasta su muerte en 1933. Su álbum de fotos fue encontrado en una librería de anticuario de Lancashire por un trabajador del National Media Museum, y recientemente se han publicado en la página web de este Museo.

11 febrero, 2012

Flores romanas, chinas


El primer libro que recibimos en 2012 llegó de la infatigable officina de Víctor Infantes. Sabedor de algunas de nuestras aficiones, quiso allegarnos un ramillete de curiosidades rescatado de las profundidades del siglo XVI y se lo agradecemos mucho.

Juan Agüero de Trasmiera, Probadas flores romanas de famosos y doctos varones, compuestas para salud y reparo de los cuerpos humanos, y gentilezas de hombres
de palacio y de crianza (c. 1512).

Es un conjunto de receptas para la salud, trucos de magia blanca, remedios para los males del cuerpo y del espíritu y fórmulas de cosmética y cocina afortunadamente caídas en desuso. Un grimorio popular de amplia difusión, que gozó de notable fama hasta que la Inquisición lo metió en sus Índices de libros prohibidos a mediados del siglo XVI y que ahora revive enmarcado en el estudio y las notas de Víctor Infantes (Madrid: Turpin Editores, 2012).

De su autor, Juan Agüero de Trasmiera, nos recuerda Víctor que fue conocido a inicios del siglo y celebrado sobre todo en Salamanca por un largo poema titulado el Triunfo Raimundino, donde loaba los linajes de esta ciudad en la que vivía. Publicó también un pliego con las Coplas del perro de Alba, preparó la edición del Palmerín de Oliva (1511) y de su continuación, el Primaleón y Polendos (1512), así como de la Conquista de las Indias de Persia y Arabia (1512) de Martín Fernández de Figueroa. Y en estos mismos años ofreció al público un opúsculo arraigado tanto en la tradición oral como en los muchos tratadicos que desde la Edad Media circulaban por los caminos de la superstición, la superchería y los prodigios naturales, un breviario liviano de remedios, burlas, trucos y gentilezas que buscaba ese espacio de lectura donde se juntan la curiosidad y el divertimento con los consejos profilácticos, y los remedios aparentemente prácticos con la maravilla. Todo ello, una vez encuadernado, apenas sumaba 10 hojas.

Una cosa queda en el aire aún después del minucioso trabajo de Víctor: ignoramos esa fuente italiana de la que asegura traducir Agüero y de cuya existencia, a tenor de toda una serie de marcas en el texto, es casi imposible dudar. Pero cabe un resquicio para la interpretación mientras no encontremos esas presuntas Fiori romani –o título similar–, y por él se nos cuela un gran descubrimiento.

Admoniciones de la institutriz a las damas de palacio. Obra de Gu Kaizhi. Ilustración
de una sátira escrita por Zhang Hua

Brindamos generosamente a los eruditos una fuente obvia para estas Flores romanas, es La Relación de las cosas del mundo, de Zhang Hua (232-300 d. C). Basta con ver, por ejemplo, la receta de Agüero que sigue, ¿qué otra cosa es sino una adaptación a la mentalidad occidental de la misma antigua receta china?
Juan Agüero de Trasmiera: 
Para que nasca el perexil en un quarto de hora. Dizen que en un bazín de latón pornás, o en un barreñón, tierra de estiércol, y sembrarás el peregil en grano; y por cima régalo con agua ardiente y e[m]baxo ciertas brasas encendidas; y aventarás teniendo cubierto lo sembrado. Assí se dize que nasce en tierra priesto, con ayuda de los quatro elementos, que están puestos en la operación.
Zhang Hua:
4.49. Para hacerse con malvas de la noche a la mañana, tome semillas de malva del año anterior y caliéntelas a fuego lento hasta que estallen; siémbrelas, bien esparcidas, en un terreno que haya sido cultivado todos los años y píselas a conciencia: las que haya plantado por la mañana brotarán por la noche.
Por otra parte, la mayoría de las recetas pertenecen a la misma esfera específica de prodigios, con la misma retórica de persuasión que se ve en la necesidad de repetir fórmulas similares a «... y es cosa probada». Pongamos estas otras dos en paralelo:
[1] Recepta contra pestilencia, muy verdaderaEn lo primero, tomarás un vaso, y en el dicho vaso mete la tercera parte de tríaca, y la otra tercera parte de agua ardiente, y la otra tercera parte de urinas de niño virgen. Y encorporado juntamente lo sobredicho, dalo al enfermo tres mañanas en ayunas, darle han una copa dello cada mañana. Y es probado en la ínclita ciudad de Venecia. Año de MDV por Maestre Macía, calcetero, que mora a Sancta Sophia. Probólo, y experimentólo en él y en su muger. Mas el fin sea que roguemos a Dios y a la gloriosa su Madre Sancta María, que ruegue al su amado y caro hijo que nos guarde a todos y en todo lugar que sea de aver necesidad de probarlo. (Juan Agüero de Trasmiera)
4.58. En cuanto a los lagartos (llamados por otros lagartijas): críelos en cualquier recipiente dándoles de comer cinabrio y se les pondrá rojo el cuerpo; siga dándoselo hasta que pesen siete jin; luego espachúrrelos bien a tablazos: eso, extendido por el cuerpo de una mujer, es algo que no se le cae en todo un año a menos que fornique (de ahí que también se llame a estos animales los guardianes de la entrada del palacio). Según el libro Zhuan, «Dong Fangshuo afirma que el emperador Wu de la dinastía Wei comprobó la eficacia de este método». (Zhang Hua)
Y más similitudes entre la receta para hacer ámbar con huevos de gallina de Zhang Hua y otras de Agüero como «Para meter una cédula o carta en un huevo»; la de prender fuego con artemisas puestas bajo de un pedazo de hielo a través del cual pasa el sol, de Zhang Hua, y «para fazer que dos cabeças o caras pintadas en papel o en la pared, la una mate una candela y la otra la encienda», de Agüero... 

Damos, en fin, materia suficiente para que alguno de nuestros estudiantes más audaces empiecen ya su tesis doctoral.

10 febrero, 2012

Google Translator – versión beta, 1940


Ya hemos dicho algo de los glosarios o libros de frases durante la Guerra, pero nada de uno tan curioso como este. Esta máquina de traducir Stummer Dolmetsch, o «Intérprete silencioso», de 13 × 18 cm, no lleva fecha, pero según la tarjeta del catálogo de la casa de antigüedades Fünkchen —vendida aunque rescatada de la caché— fue impresa en 1940; es decir, al menos medio año antes de que pudiera empezar a cumplir su misión prevista en el Frente Oriental.

Las dos ilustraciones son del excelente blog de Sprachfuehrer: Военный разговорник и переводчик до 1945 г. (Diccionarios e intérpretes de guerra antes de 1945), sobre el cual vamos a escribir más, y donde también se pueden comprar estas máquinas; los datos provienen del Übersetzerportal

“Man zeige dem Russen die Übersetzung des Wunsches, Befehls usw., gegebenenfalls zur Ergänzung auch das passende Bild. Auf diese Art kann man nach kurzer Orientierung Hunderte von Wünschen und Befehlen ohne Sprachkenntnisse ausdrücken.”«Mostrar al ruso la traducción de los deseos, órdenes, etc., en ocasiones complementada con una imagen apropiada. De este modo, después de una breve orientación se pueden expresar cientos de deseos y órdenes sin ningún tipo de destrezas lingüísticas».

«Cientos de órdenes» suena excesivo, o debe entenderse incluidas las combinaciones con las imágenes. De hecho, los dos lados de la máquina muestran sólo veinte-veinte Befehle, Fragen, Verhör, Erkundung y Quartier, o sea, orden, pregunta, examen, recopilación de información e instrucciones sobre el acuartelamiento. El usuario gira la parte superior visible del disco interior hasta el número correspondiente a la orden requerida, y su equivalente en ruso aparece en el troquelado, enmarcada en rojo. Un fallo de la máquina es que uno eventualmente tenía que señalar con el dedo la imagen suplementaria, pero estamos seguros de que en caso de un uso prolongado el espíritu teutón también habría dado con la correcta automatización de esto.


El ingenio de la máquina impresiona. Pero, ¿qué clase de plus (Gebrauchsmehrwert) añade a los simples glosarios alemán-ruso que ya hemos visto? Quizá que el usuario no tuviera que enfrentarse al mar ignoto de la lengua extranjera, sino que —aparte de la pequeña zona de peligro, bien delimitada en rojo— se sintiera siempre, en ambos lados de la hoja, en su propio medio lingüístico. Quizá la sensación infantil de girar la rueda, la seguridad habitual ante una máquina que responde o que, por así decir, industrializa la producción de términos extranjeros. Esto tenía que fascinar también al compañero de interacción, en cuya lengua no existía aún un equivalente apropiado para «eficiencia». Ay, quién sabe cuánto más adelantada estaría hoy en día la informática si la guerra hubiera durado un poco más.

06 febrero, 2012

El misterio de la nieve



Aquí sabemos de la nieve gracias a su presencia imponente en la literatura centroeuropea, en la literatura nórdica, en la literatura rusa. Recordamos vivamente algunas nevadas inacabables, donde la lenta caída de los copos parece elevar la tierra hasta el cielo gris, pero estas nevadas caen en las obras de Tolstói, de Chéjov o de Pasternak; o es aquella nieve que todo lo cubre en el invierno de Nils Holgersson, atravesando Suecia de la mano de Selma Lagerlöf… Hay muchísima nieve en los libros que hemos leído, en Jack London, en Andersen, en Maupassant, en Kawabata, en Danilo Kis, en Adam Bodor… Por eso, cuando nieva en Palma, salimos a la calle intentando entenderla con los cinco sentidos, registrar su forma misteriosa como si fuera un signo de otro mundo que sabemos que desaparecerá muy rápido. No conseguimos nada. Se deshace al tocarla. Visto y no visto. Como un arcoiris, como un fuego fatuo.