28 abril, 2010

El Método Bernadette

No se nos ocurrirría aquí ni intentar esbozar la historia tan larga, compleja y apasionante de la utilización mnemotécnica de las imágenes. Hemos tratado muchas veces de estos temas y la bibliografía a disposición del interesado crece día a día (por dar un solo título reciente recomendamos la lectura de Lina Bulzoni, La estancia de la memoria. Modelos literarios e iconográficos en la época de la imprenta, Madrid: Cátedra, 2007). También en nuestros libros de emblemas encontramos preciosos ejemplos de reflexión sobre la importancia de la imagen para actuar en la mente del lector, mover su ánimo y guardar la experiencia profundamente en la memoria. Francisco de Monzón, por ejemplo, publica en 1563 su Norte de Ydiotas, donde una mujer medita en el interior de una iglesia sin poder contener los suspiros contemplando una serie de imágenes. Esta es la primera de ellas.


Un paso más dio el jesuita Sebastián Izquierdo al publicar en 1675 (con múltiples traducciones y reediciones luego) su Práctica de los ejercicios espirituales, un método para realizarlos de manera abreviada con la sola guía de los grabados contenidos en el libro. Si pulsáis sobre la imagen podréis verlos todos.


Los jesuitas fueron los grandes impulsores de estas prácticas de meditación por imágenes, y produjeron, desde el inicial impulso del padre mallorquín Jerónimo Nadal (1507-1580) con sus Evangelicae Historiae Imagines (1593) y a lo largo de todo el período barroco, auténticas obras maestras de la imprenta, como por ejemplo esta Via vitae aeternae  de Antoine Sucquet (1620).


Pero aquí solo queríamos dejar constancia de un ejemplo de pervivencia de esta técnica en el siglo XX. Se trata, en cierto modo, de algo más simplificado pero también mucho más «fisiológico», pues juega con el fenómeno de la persistencia o memoria retiniana. 

Es decir: la impresión que deja la observación continuada de una silueta negra sobre un fondo blanco y que, al cerrar los ojos, aún seguiremos viendo. En esto se basa el  «Método Bernadette».

El método se difundió muy rápidamente por todo el mundo antes de que el Concilio Vaticano Segundo rechazara explícitamente su utilización catequética.

Las hermanas «Bernadettes» de San Francisco de Sales en Thaon-les-Vosges, siguiendo las indicaciones del padre Émile Bogard, se pusieron manos a la obra —en especial la hermana Marie de Jésus— y sacaron la primera entrega de imágenes en 1934. En poco tiempo tenían cuatro colecciones de 150 tablas (600 tablas) con la vida de Cristo, el Evangelio, la Biblia, la historia y la doctrina de la Iglesia; y en diferentes formatos: postales, viñetas, paneles, juegos, cartas geográficas, cuadernos… Mientras tanto, su uso pedagógico se iba generalizando y ganando adeptos.


Uno de los puntos más interesantes es que era un método que luchaba explícitamente contra la invasión de la imagen moderna, su maligna perfusión en todos los ámbitos de la vida cotidiana y la capacidad de pervertir las costumbres tradicionales que se advertía en el cine, la publicidad, la propaganda y las revistas ilustradas. Las buenas hermanas quisieron contraatacar y vencer todo modernismo, luchar contra el comunismo y la oscuridad moral de las salas de cine, todo a la vez, en aquellos años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial, por medio de estas sobrias imágenes en negro sobre blanco, donde nada despistaba del mensaje principal. Ut videant («para que vean», o «lo que hay que ver») era su motto. El lector/espectador tenía que fijarse atentamente en las imágenes, leer las sucintas inscripciones y los comentarios que eventualmente las acompañaban, en general de tono duro y agresivo, e incluso pronunciar luego esos comentarios en voz alta.


Hoy en día, los originales están el museo Nicéphore Niépce, en Chalon-sur-Saône. Y Éditions Matière ha publicado un libro con abundante material. Aquí tiene sentido pleno la expresión castiza: «ver para creer», pero nos tememos que los resultados no fueron los esperados.

Y una última observación: quizá vale la pena investigar la relación de estas siluetas con el desarrollo de la línea clara de la bande dessinée cuyo máximo exponente sería, hacia los mismos años, las aventuras de Tintin.

21 abril, 2010

Santos


En Argentina, yendo de Buenos Aires a Azul, vimos cerca de las cunetas, allí donde había algo de sombra o arbolado en la repetida llanura de la Pampa, unas como capillitas u hornacinas que tomamos inicialmente como señales puestas para recordar el lugar de un accidente mortal, tal como suelen hacer en otros países los familiares o amigos del difunto.


Al comentárselo a Julia, nos sacó del error: eran pequeños oratorios o santuarios dedicados a Gauchito Gil. Muerto hace más de 130 años, su leyenda, poco certificada, no ha dejado de ganar adeptos en todo el territorio argentino y cada 8 de enero, en el verano abrasador, concita alrededor de su tumba, a unos ocho kilómetros de Mercedes, en la provincia de Corrientes, hasta a 250.000 devotos. También aumenta en Argentina la devoción a San La Muerte.


Gauchito Gil es otro de estos santos populares no aceptados por el Vaticano pero que van ganando cada día más adeptos a lo largo de la geografía americana. Con todo, en la romería de 2006 recibió por primera vez la visita de un arzobispo ante su tumba. Lo mejor es escuchar cómo resume toda la historia, con su estilo particular, Nieves Concostrina en el programa de Radio Nacional de España «Polvo eres»:


Figuras simétricas a estas argentinas que acabamos de mencionar se encuentran en México, donde ya es imparable la conocida presencia popular de La Santa Muerte. Pero también impresiona allá la veneración marginal a Jesús Malverde, tachado de «narcosanto».


Jesús Malverde y Gauchito Gil arraigan en un fondo social que —como se oye en una de las muchas canciones dedicadas al Gauchito— clama: «la inocencia del pobre se llama necesidad».

Aby Warburg, en 1895, con los indios Pueblo

Estas imágenes nos han venido a la memoria esta mañana al leer esta frase de Aby Warburg: «reír del elemento cómico del folclor es un grave error, porque en ese preciso instante se pierde la comprensión del elemento trágico» (Schlangenritual –trad., El ritual de la serpiente, México: Sexto Piso, 2004–). Desde luego, en el caso de este folclor de nuevo cuño, con su  dura iconografía, lo difícil es reírse.


La veneración popular hacia el bandido benefactor de los humildes se entiende bien, claro está. Pero esta otra a la que se liga en esos mismos santuarios, la de la Muerte con su guadaña y sus atributos más grotescos, descarnados y hasta agresivos quizá deba explicarse por un proceso de inversión. Leyendo a Aby Warburg pensamos que puede que funcione psicológicamente de manera semejante a como Asclepio enseñó a la humanidad a utilizar a la serpiente, su veneno, su imagen mortal, como phármakon, como remedio para una humanidad padeciente y violenta. Un intento de domesticación iconográfica.


16 abril, 2010

Viernes

El Cairo, Viernes Santo de 2010

En una calle de El Cairo, cerca de Giza

Un día, a eso del mediodía, cuando me dirigía a mi piragua, me sorprendió enormemente descubrir las huellas de un pie desnudo, perfectamente marcadas sobre la arena. Me detuve estupefacto, como abatido por un rayo o como si hubiese visto un fantasma. Escuché y miré a mi alrededor pero no percibí nada. (Daniel Defoe, Robinson Crusoe)

14 abril, 2010

Cambises

Sahra al-Beida, el Desierto Blanco al atardecer

Cuenta Heródoto que Cambises II, hijo del gran Ciro, hombre inclinado a los excesos y fácil para la vesania asesina y para el sacrilegio, y finalmente entregado a la enajenación mental («se dice, en efecto, que Cambises padeció de nacimiento una grave enfermedad que llaman algunos mal sagrado; ciertamente no es increíble que padeciendo el cuerpo grave enfermedad, tampoco estuviese sana la mente» 3.33), cometió hacia el fin de sus días una de las mayores locuras. Envió un ejército de 50.000 hombres contra el templo de Amón en Siwa, al noroeste del imponente Gran Mar de Arena líbico. Allá los mandó sin apenas provisiones ni pertrechos. Heródoto apunta varias versiones de la trágica historia. Puede que esta sea cierta, aunque nunca se encontró rastro fehaciente de los hombres devorados por el desierto:

Consta que llegaron hasta la ciudad de Oasis (que ocupan los samios, originarios, según se dice, de la tribu escrionia), distante de Tebas siete jornadas de camino a través del arenal; esta región se llama en lengua griega Isla de los Bienaventurados. Hasta este paraje es fama que llegó el ejército; pero desde aquí, como no sean los mismos amonios o los que de ellos lo oyeron, ningún otro lo sabe: pues ni llegó a los amonios ni regresó. Los mismos amonios cuentan lo que sigue: una vez partidos de esa ciudad de Oasis avanzaban contra su país por el arenal; y al llegar a medio camino, más o menos, entre su tierra y Oasis mientras tomaban el desayuno [un poco antes ha contado Heródoto otra versión en que los soldados hambrientos echaban suertes para devorar a uno de cada diez], sopló un viento Sur, fuerte y repentino que, arrastrando remolinos de arena, les sepultó, y de este modo desaparecieron. Así cuentan los amonios que pasó con este ejército (Heródoto, 3.26)

Hace poco, en noviembre del año pasado, un equipo de investigadores italianos anunciaba —parece que de manera no del todo acreditada— el hallazgo en un valle de los huesos mondos de aquellos desventurados. Huesos, como se aprecia en este vídeo, sí que los hay. Aquí sin duda ha muerto gente. Pero no es fácil demostrar que sea el ejército perdido de Cambises.



Heródoto, hablando de otro asunto, nos da una curiosa pista para averiguar si los huesos son de persas o de egipcios, y no parece que los modernos investigadores hayan tenido en cuenta su sabiduría:
Instruido por los egipcios, observé una gran maravilla. Los huesos de los que cayeron en la batalla están en montones, aparte unos de otros (pues los huesos de los persas están aparte, tal como fueron apartados en un comienzo, y en el otro lado están los de los egipcios). Los cráneos de los persas son tan endebles que si quieres tirarles un guijarro, los pasarás de parte a parte; pero los de los egipcios son tan recios que golpeándolos con una piedra apenas podrás romperlos. Daban de esto la siguiente causa, y me persuadieron fácilmente: que desde muy niños, los egipcios se rapan la cabeza, con lo cual el hueso se espesa al sol. Y esto mismo es la causa de que no sean calvos, ya que en Egipto se ven menos calvos que en ninguna parte; y esta es la causa también de tener recio el cráneo. En cambio la causa de tener los persas endeble el cráneo es esta: porque desde un comienzo lo tiene a la sombra, cubierto con el bonete de fieltro llamado tiara (3.12)

Nosotros celebramos la Semana Santa sumergiéndonos en el inmenso Desierto Occidental egipcio, transitando desde El Cairo hasta Abu Simbel por los oasis de Bahariya, Farafra, Dakhla y Al-Kharga.

Luna llena en el Desierto Blanco


Hablaremos del periplo estos días. Desde el pequeño oasis de Abu Minqar, hacia poniente se otea la implacable ruta —o su ausencia— en la que desaparecieron los 50.000 soldados de Cambises. Justo aquí brota el milagro de una última fuente de aguas rojizas, un grueso caudal de agua caliente en el que no pudimos evitar zambullirnos con todo respeto, compartiendo nuestro baño lustral con las abluciones del puñado de habitantes del oasis.

Aguas ferruginosas en la fuente de Abu Minqar. El chorro sale a unos 40ºC

En efecto, ahí debajo del chorro estamos en cuerpo y alma, con todo el desierto alrededor

11 abril, 2010

En el Día de la Poesía

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言 yān, «Palabra». Caligrafía de Yan Gongda

En chino «poesía» y «poema» se escriben con el mismo carácter: 詩 shī. Este es también el título del primer libro chino de poemas, el 詩經 Shī Jīng, Libro de Canciones. Este carácter se compone de dos partes, el que hace referencia a «palabra» 言 yán y el que designa «templo» 寺 sì. El primer diccionario etimológico de los caracteres chinos, el Shuowen Jiezi del siglo I, explica así la formación del compuesto:  志也從言寺聲, una canción que suena en el templo — o fuera del templo.

El pictograma de «palabra» 言 yán es una boca abierta 口 con la lengua fuera y con una línea simple trazada encima, la palabra misma. Así lo explica el Shuowen: 日語從口, el habla clara de la boca.

El carácter para «templo» 寺 es también compuesto en sí mismo. Si buscamos interpretarlo en función de los caracteres modernos, la parte inferior es 寸 cùn «pulgada», pictograma del pulgar y el dedo medio, con una pequeña pincelada que indica la distancia medida; y en un sentido lato, medida, canon, ley. La parte superior recuerda al carácter 土 «tierra», que es pictograma de una rueda de alfarero.

月是故鄉明 Yuè shì gùxiāng míng, «Es más brillante la luna en la tierra natal». Caligrafía de un
verso de Du Fu (712-770). Los caracteres que abren y cierran el verso contienen la luna
en forma de un carácter moderno y de un antiguo pictograma, respectivamente.
Ver la ilustración que encabeza esta entrada.

Con todo, las formas más antiguas de «templo» 寺 no presentan el carácter de la tierra, sino más bien una pequeña planta de tres hojas que acaba de brotar del suelo. Se trata de 之 zhī, «germen», en sentido figurado «desarrollo, progreso, continuidad», solo utilizado en el chino actual como conjunción. En el influyente diccionario etimológico de Wieger, Chinese Characters (1915), que compendia la tradición etimológica china de dos mil años, 寺 «templo» es, así, «el lugar donde se aplica la ley o la regla de gobierno 寸 de manera constante 之». Y el Analytic Dictionary of Chinese (1923) de Karlgren, que incluye también los huesos oraculares, los documentos escritos más primitivos, que han sido exhumados a miles desde principios del siglo XX, dice que este carácter representa una mano que exhibe un brote tierno como ofrenda al templo por la nueva cosecha.

Un hermoso rasgo de la tradición etimológica china —al igual que ocurre con la tradición etimológica latina de San Isidoro de Sevilla— es que las diferentes interpretaciones no se excluyen entre sí, sino que se acumulan en una simbiosis que enriquece con significados secundarios el sentido de los caracteres ante los ojos del lector.

El lugar de la trascendencia y la medida; la germinación y el cumplimiento; una ofrenda otorgada con la boca y con la mano; palabra y canción; una voz que canta y una voz que se escucha al ser cantada: