28 octubre, 2018

Disolución: ya están aquí

Shaun Tan: The Arrival, 2007 (título en español, Emigrantes)

Venecia, Campo dei Miracoli, 2017

25 octubre, 2018

Un mundo guardado en placas de vidrio


Fieros guerreros africanos, niños del Mediterráneo, calles de pequeñas ciudades del sur de Francia, excursionistas por las montañas de Alemania, personajes disfrazados en habitaciones amuebladas de estilo holandés. Todo esto en la torre del observatorio de la universidad barroca de Wrocław, en la exposición Zatrzymane w szkladnym kadrze – Un mundo guardado en placas de vidrio.


Ninguna de estas fotos lleva pie. Se reconocen pocas ubicaciones: Etiopía, la catedral de Ferrara, el lago de Como, Ancona. Del resto quién sabe: ¿algún lector puede darnos pistas? Las placas de vidrio provienen de la colección de antiguos materiales pedagógicos de la Universidad de Breslau, La Universidad de Wrocław ha digitalizado cinco mil, tan solo una pequeña porción del entero fondo. Seguramente estuvieron catalogadas en su momento en las listas y apuntes de clase de los profesores, tal como antes hacíamos con las diapositivas. Pero aquellos profesores y apuntes ya han desaparecido hace tiempo. Y también aquella universidad, y hasta la propia Breslau. El único principio de orden que mantienen, su lugar de procedencia y patria, son los cientos de cajas de cartón donde se han conservado y han sobrevivido a los avatares de una centuria, y cuyas curiosas etiquetas han sido también expuestas con certero sentido histórico a la entrada de la muestra.



Así, sin pie ninguno y sumergidas en un mundo multicolor, las fotos dejan sentir mucho mejor cómo debieron impresionar la mente de aquellos estudiantes para quienes se proyectaban en clase y ante quienes abrían la inmensidad del mundo a través de sus pequeñas ventanas. Era un tiempo de muy pocas imágenes.

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En sí mismas, estas fotos son testimonios excelentes de lugares exóticos. Muy pocos fotógrafos los visitaban por aquellas fechas. ¿Quién debió ser el que fotografió Abisinia con tanto detalle, el mundo rural del Mediterráneo, los pueblos alemanes? Quienesquiera que fuesen, se ganaron un lugar de honor entre los pioneros del descubrimiento fotográfico del mundo.

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Y los mundos desparecidos que estas imágenes preservan también incluyen a aquel mismo mundo que las preservó, la fascinante Breslau, ya desaparecida: la ciudad que albergaba una promesa de gran desarrollo, la Breslau de entre siglos.

Breslau, a orillas del Oder con el puente que lleva a las islas


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Y si ahora alguien quiere saberlo todo de esta ciudad, sin duda este es el libro adecuado:

15 octubre, 2018

Vuelo de caracol

μάντιν ἐπεὶ θησῶ νιν ἀοίδιμον ἐσσομένοισιν,
 ἦ μέγα τῶν ἄλλων δή τι περισσότερον,
γνωσεῖται δ᾽ ὄρνιχας, ὃς αἴσιος οἵ τε πέτονται
 ἤλιθα καὶ ποίων οὐκ ἀγαθαὶ πτέρυγες.
—Calímaco, Himnos, «Al baño de Palas», vv. 120-124—

Estas, entre otras promesas, hace Atenea a la ninfa Cariclo, la madre de Tiresias, para consolarla tras haber arrancado sin misericordia los ojos a su hijo que, involuntariamente, la vio desnuda cuando se bañaba: «Conocerá las aves, cuál es de buen augurio, cuáles vuelan en vano y de cuáles son los presagios desfavorables».

Más que tener dones de profecía, uno preferiría, con mucho, saber de las aves «cuáles vuelan en vano». ¿Se puede volar en vano?

13 octubre, 2018

Poéticas de la obsesión




Hangares abandonados, fábricas, búnkeres, campamentos de pioneros y cementerios de óxido hay de sobra en toda la Europa post-industrial, post-guerra fría y, especialmente, post-socialista. En general no es difícil adentrarse en estos sitios. Pero salir de ellos con unas imágenes que representen ajustadamente la pesadilla del lugar, lo absurdo de unos objetos atrapados, como Danaides jubiladas, en los bucles infinitos de su función ya sin sentido —y que a la vez revelen el toque fantasmal de la propia función que un día tuvieron; como escribe Michal Ajvaz, «la cara de los monstruos», mientras las cosas tiene un orden, «nos la oculta el brazo protector del cuidadoso y pérfido dios de la gramática»—: hacérnoslo ver así sí que tiene mérito. Cultiva este arte a un alto nivel y con todo el esfuerzo de un obsesivo artesano saoirse en su blog, donde nos muestra sus viajes semanales o quincenales por los alrededores de Moscú. Nunca identifica los sitios —вопросами о местонахождении просьба не беспокоить— y pide amablemente que no se le incomode con preguntas acerca de la ubicación. Es sin duda parte del juego: liquidar las viejas relaciones entre estas listas rabelesianas, estos amontonamientos propios del Bosco o emparejamientos lautréamontianos, y revitalizarlos así, tomándolos en la palma de la mano uno por uno, llamándolos individualmente por su nombre, fotografiándolos en modo macro con una nitidez implacable para ver si este catálogo infinito, esta enumeración caótica recitada con obstinación obcecada, en cuya escucha quedamos fascinados con un escalofrío, a veces sacudidos por una risa incrédula, de alguna manera podría rescatarlos del infierno de sus galaxias sin rumbo o, cuando menos, del olvido.












12 octubre, 2018

Un zoo en la maleta



Compramos esta miniatura en el bazar de Isfahán, en la penumbra del taller de un viejo pintor que vende representaciones persas tradicionales sobre pan de oro elaboradas en hojas de papel provenientes de cuadernos centenarios de teología local que fueron desechados. «¿Conocéis a este de aquí?», Preguntó escudriñándonos la cara. «Claro, Nūh, Noé». «¡Sois musulmanes!», Exclamó con alegre sorpresa. «No, masihi am, católicos. Pero nosotros todos conocemos a Noé». «Por supuesto», contestó poniéndose más serio, «todos descendemos de él».


Mahsa Vahdat: از دل سلامت میکنم Az del salâmat mikonam (Te lo ofrezco de corazón). Poema de Jalal ad-din Rumi (1207-1273). Del álbum امید خفته Âmid khafte (Serena esperanza) (2017)

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El Corán y el Hadiz, los dichos reunidos del profeta Mahoma, mencionan en varios lugares a Noé, su arca y el diluvio que cubrió la tierra, cosa que seguramente impresionó la imaginación de los habitantes del desierto. Noé —Nūh ibn Lamech ibn Methuselah—, al igual que en el Libro del Génesis, era un hombre justo, a quien Dios encargó primero profetizar contra la idolatría que se había extendido por la tierra. Después de intentar convertir a la humanidad durante novecientos cincuenta años con inagotable paciencia pero sin el más mínimo éxito, finalmente decidió activar el Plan B, y embarcó a su familia en un arca junto con una pareja de cada animal conocido para preservar el material genético del antiguo Paraíso.


El Corán está mejor informado que el Libro del Génesis, —o, como dirían los infieles, le gusta indagar en sus propias fuentes— ya que menciona a un cuarto hijo de Noé además de Sem, Cam y Jafet. Este cuarto hijo, Yam, era secretamente un incrédulo, por lo que en el último momento saltó del arca a esperar el paso de la inundación por su cuenta en una montaña. No funcionó. Además, la esposa de Noé —a quien el Corán no nombra pero los exégetas saben de fuentes ciertas que se llamaba Umzrah bint Barakil— también era incrédula en su fuero interno, por lo que igualmente despreció el arca. En la exégesis islámica, estos son los ejemplos habituales para advertir de que el día del juicio cada uno va al fuego de Jahannam por sus propios pecados, y que pertenecer a una familia distinguida o justa no basta para salvarse.

Hafiz-i Abru, Majma al-tawarikh (“Colección de Historias”). Herat (Irán), ca. 1425

La representación del arca de Noé se hizo popular después de 1500 en las miniaturas persas safávidas y otomanas. En estas imágenes, el arca es un ligero dhow de un mástil, cuya capacidad de carga la pondría a prueba hasta una mala jornada de pesca; cuánto más estibando en su bodega una pareja de cada animal vivo. La exégesis islámica, que solo acepta una interpretación literal, tiene un arduo trabajo para explicar lo inexplicable. Pero Alá es grande, y el Día del Juicio los justos caminarán sin problemas sobre el sirat de tela de araña y los culpables verán colapsar bajo sus pies un puente de hierro; y por lo mismo, con Su voluntad, la carga genética total del planeta ha de caber sin discusión en una cáscara de nuez de un solo mástil.

En la versión mongol de los manuscritos persas, el arca es una construcción mucho más imponente, una especie de palacio de recreo flotante, como aquellos que los gobernantes y sus cortesanos a menudo usaban para navegar por los grandes ríos de India.

Y las representaciones europeas medievales del arca a menudo son navíos de alto bordo. Al modo de la vieja tradición enciclopédica, los animales van aposentados detrás de una infinidad de escotillas, como luego lo harán en las ramas del árbol evolutivo. Hablaremos en otra entrada de los cálculos que hizo el jesuita Athanasius Kircher, en 1675, en su espectacular tratado sobre el Arca, dedicado a Carlos III de España.


La tradición manuscrita persa-otomana no busca representar tanta integridad. En el pequeño casco un puñado de animales ejemplifica la fauna entera del mundo, de la más común a la más exótica. Además del caballo y el camello, elefantes y jirafas —estas últimas símbolo de la grandeza de Alá— evocan la enormidad del mundo; su largo cuello y su bozal nos deslumbran al unísono con la cabeza y la cola de las naves zoomorfas. La gente común solo podía ver a tales animales, incluso en ciudades tan cosmopolitas como Isfahan y Estambul, como presentes de embajadas llegadas de tierras remotas. Así ocurrió, por ejemplo, con la jirafa elegida en 1414 por el sultán de Bengala de entre los regalos de la embajada de Malindi, hoy Kenia, para reenviarla al emperador Yongle, que luego fue retratada en una obra icónica de la antigua pintura china.


En la hoja que compramos en Isfahán –y vale la pena ampliar las fotos para ver los detalles– es particularmente interesante que el rostro de Noé esté cubierto con un velo, y también que esconda las manos –cubiertas de una pintura plana– en su túnica. Así es como se representa a Mahoma desde la Edad Media tardía. De hecho, según el Corán, la idolatría es una forma de degradación del honor otorgado a las personas sobresalientes, cuya imagen suele entonces ser adorada. Es exactamente por esta razón que no debe representarse a las personas excelentes. Esta enseñanza se opone obviamente al culto cristiano a la imagen en la época, y es revelador que mientras en los iconos cristianos orientales el rostro y las manos aparecen descubiertos, en los retratos de Mahoma se cubren cuidadosamente estas dos partes del cuerpo, como si se quisiera indicar que es solo su túnica lo que aparece en la imagen.

La prohibición de la representación, o cubrir la cara con un velo, a veces se aplica a otras personas grandes, y en los chiítas también a los imanes. En el salón de la Casa Boroujerdi en Kashan, Irán, incluso a finales del siglo XIX, Nasreddin Shah está representado de este modo. El propietario puede haber sugerido a los aún muy conservadores comerciantes de Kashan que a pesar de toda su devoción al Shah, él no caerá en el pecado de idolatría.

Quizás es por esto que también Noé aparece velado en muchas imágenes del Arca. Pero también cabe otra posibilidad: que el velo oculte al propio Mahoma. Porque entre los dichos que los chiítas le atribuyen leemos: «He aquí que mi casa es como el arca de Noé. Los que embarcaron se salvaron, pero quienes se apartaron de ella perecieron». En la interpretación chiíta, la casa de Mahoma —Ahlul Bayt— incluye a su hija Fátima y su yerno Alí, así como a sus hijos, Hasán y Huseín, los primeros imanes. Es decir, todos aquellos que fueron perseguidos, asesinados e incluso expulsados ​​de sus sagradas tumbas por los sunitas, y cuyo trono está ocupado desde entonces por esos usurpadores. Esta es la razón de que encontremos imágenes persas del arca donde las velas llevan escritos los nombres de los miembros de la Casa, y sobre todas ellas, el de Alá.


La colección, enormemente popular, de leyendas Qisas al-Anbiya («Historias de los profetas») cuenta una historia chiíta en la que el ángel Jebrail (Gabriel) llevó ciento veintinueve mil clavos a Noé para la preparación del arca. Noé los usó todos diligentemente hasta que solo le quedaron cinco muy brillantes, cada uno con un nombre desconocido. Noé va preguntando por ellos, uno tras otro y Gabriel le explica que los clavos simbolizan las cinco grandes figuras del Ahlul Bayt, desde Mahoma hasta Huseín. El clavo del último está cubierto de sangre, pronosticando su martirio a manos de los sunnitas en la batalla de Kerbala.


No es casual, entonces, que Noé y su arca se hagan populares en las miniaturas persas justo después de 1501, cuando la nueva dinastía Safávida impone el chiísmo como religión de estado y apoya el culto a las imágenes por encima de su oposición sunita. Y así, como vimos en el símbolo de la mariposa y la vela, se construye la contrapartida oriental de un emblema europeo: el símbolo de la nave que avanza segura incluso en la tormenta más fuerte ya que un hombre justo gobierna el timón y, por ello, Dios lo protege.

George Wither, A Collection of Emblemes, 1635, Emblema 1.13.

06 octubre, 2018

Para convertir plomo en oro


Cuenten ustedes cuántas veces aparece el adjetivo «difícil»:
«Es en verdad una difícil empresa, estudiosos de las bellas letras, la de estampar libros latinos correctamente, aún más difícil la de estampar libros griegos de manera precisa; dificilísima, estampar sin errores tanto los unos como los otros en estos tiempos difíciles. En qué lengua yo mismo me empecino en estampar libros, y en qué circunstancias, pues ya lo veis. Desde que emprendí esta difícil actividad (he entrado ya en el séptimo año), podría afirmar con juramento que en todo el tiempo no he tenido ni una hora sola de tranquilidad. Es el nuestro un proyecto bellísimo y utilísimo: todos lo dicen y lo repiten al unísono con palabras de elogio. Será ciertamente así: yo, sin embargo, he encontrado el modo de procurarme un tormento propio mientras deseo seros de provecho y dotaros de buenos libros.» («Aldo Manuzio de Bassiano, romano, saluda a los estudiosos», prefacio a la edición conjunta del Tesoro, la Cornucopia y los Jardines de Adonis, agosto 1496).
Desde su juventud, aún estudiante de las primeras letras latinas con Gaspare da Verona, en Roma, Aldo Manuzio oyó de su maestro las alabanzas de aquel rutilante invento de la imprenta. Y el aspecto económico de la incipiente industria se hizo enseguida evidente, como debió enseñarle también el maestro de Verona señalando en especial el bajo coste de los libros producidos en masa, pues así lo escribe en la carta que antecede a su biografía del papa Pablo II. La perspectiva de un nuevo negocio por explotar quedó sin duda en la mente de Manuzio desde entonces. La mezcla de altísima cultura humanista y de mercadeo puro y duro se dará, pues, en el futuro gran impresor veneciano como en ningún otro hombre del Renacimiento.

Y un repaso apasionante de esta tensa dicotomía nos lo permite ver la colección que acaba de publicar la editorial Adelphi de los prólogos puestos por Manuzio a sus ediciones griegas. Desde su primer libro griego –la Gramática de esta lengua de Constantino Lascaris (1495)– vamos encontrando líneas prefaciales donde hace notorias sus preocupaciones financieras. Son libros extraordinarios, pero cada uno es una operación de riesgo y exige soluciones creativas tanto en su diseño como en la financiación y comercialización, que el editor no se calla. No debía ser fácil, por ejemplo, fijar el precio de los libros. A veces tan alto que hasta Erasmo se quejará en una carta puesta como prefacio a la edición de Aristóteles de Simon Grynaeus, en Basilea (1531); a veces rebajado para que los interesados, estudiantes en muchos casos, lo compren rápido y le proporcionen el líquido necesario para continuar adelante con la empresa, como dice en el colofón a la gramática de Lascaris mencionada. Sus buenos sudores le costaba convertir el plomo de los tipos en algún gramo de oro.

Manuzio se enorgullece siempre de la alta tarea a que está dedicado sacando a luz textos sabios en su lengua original, limpios del polvo acumulado por siglos de malas transmisiones. Baste esta línea de la dedicatoria a su edición de las Obras de moral, economía y política de Aristóteles, 1498: «Gracias a nuestra laboriosidad y a nuestras enormes fatigas se ha alcanzado el objetivo codiciado más que cualquier otro: o sea, que ya todos los hombres de recto juicio consideren su deber rechazar las tonterías y la barbarie y dedicarse con empeño a los autores griegos y a las artes liberales…» (y es especialmente precioso su prefacio a la Materia médica de Dioscórides, 1499). Pero también subraya con frecuencia las inversiones y gastos para que los libros lleguen perfectos a manos de los lectores. Podemos ver unas muestras:
«Tomad pues este librito: no gratis, empero, sino dadme justa compensación a fin de que yo mismo pueda proporcionaros las mejores obras escritas por lo griegos; y sin duda, si dais, daré, pues no puedo imprimir si no dispongo de una cierta cantidad de dinero. Tened confianza en quien se ha lanzado a una empresa no exenta de riesgos, y sobre todo en Demóstenes, que dice así: "El dinero es una necesidad: sin dinero no se puede realizar nada de cuanto es necesario". He afirmado esto no porque esté ávido de dinero –al contrario, detesto a los individuos de este género: sin embargo, sin dinero no es posible preparar lo que vosotros deseáis ardientemente y en lo que nosotros trabajamos de continuo con gran fatiga y pesados gastos». («Aldo Romano saluda a los estudiosos», en Museo, Hero y Leandro, 1495?)
Leandro cruzando de noche el brazo de mar entre Sesto y Abido para morir ahogado al pie de la torre de su amada. Ilustración de la edición aldina del poema de Museo arriba referida.
«No solo, de hecho, sostienes mi actividad con tus recursos [habla a su mecenas, Alberto III Pío di Carpi, 1475-1531, de quien Aldo fue preceptor], mas dices abiertamente que me darás poderes muy fértiles y amplios; incluso prometes que un castillo harás mío, y lo harás al punto que de él seré dueño en igualdad contigo. Haz esto para que allí yo pueda producir más cómoda y desahogadamente buenos libros para todos, en abundancia, tanto latinos como griegos; y hasta instauraré una academia en la cual, dando fin a la barbarie, se cultiven con empeño las bellas letras y las bellas artes, y los hombres –tras haberse alimentado de bellotas durante seiscientos años, si no más– se nutran de cereales». («Aldo Manuzio de Bassiano, romano, saluda a Alberto Pío, príncipe de Carpi», en Aristóteles y Teofrasto, Obras de filosofía de la naturaleza, febrero de 1497).
«Mientras tanto, estudiosos, amigos y sostenedores de nuestra actividad, es vuestro deber –si deseáis que vuestro Aldo preste ayuda más fácilmente a vosotros y a la declinante cultura con la ayuda de la imprenta– comprar nuestros libros a vuestra costa. ¡Y no vayáis a escatimar! Si así hacéis, ciertamente, podremos otorgaros todos estos libros en poco tiempo». («Aldo Manuzio, romano, saluda a todos los estudiosos», en Johannes Crastonis, Diccionario greco-latino, diciembre 1497)
Y aún en 1512 da «al lector» esta dura imagen de su trabajo: 

El gramático Constantino Lascaris (Bizancio 1434 -
Mesina 1501). Grabado de Paolo Fidanza
(s. XVIII) según dibujo de Guido Reni
«No tengo, en verdad, el tiempo no solo para corregir con los escrúpulos que quisiera los libros impresos y publicados a nuestro cargo, trabajando fatigosamente día y noche, sino ni siquiera para leerlos velozmente: si vieras tú todo esto sentirías compasión –dado tu buen corazón– por tu Aldo, ya que a menudo no tiene tiempo para comer ni para aliviar el vientre. En ocasiones voy tan apremiado –con las dos manos ocupadas y los impresores delante de mí que esperan lo que preparo y encima me lo exigen de modo impaciente y grosero– que no puedo ni sonarme la nariz. ¡Qué durísima actividad!» (en Constantino Lascaris, Las ocho partes del discurso)

Pero entre estos prólogos del grandísimo editor encontramos unas más que sorprendentes líneas a favor de la escritura y la copia manual. Las habría podido firmar el mismísimo Johannes Trithemius, uno de los más duros críticos contra las consecuencias de la imprenta, y que, por supuesto, de haberlas leído las habría aprovechado sin titubear como munición –impagable viniendo de quien vienen– en su libelo De laude scriptorum manualium (Elogio de los amanuenses, 1492). Son estas:
«En verdad no sabría decir fácilmente cuánto ayuda a su memoria quien anota al margen de lo que lee cada hecho singular digno de ser sabido y recordado, o recopia íntegramente de su propio puño los libros [...]. Por eso –al menos a mi parecer– los jóvenes no solo han de ser exhortados sino obligados a recopiar por sí mismos, de su propio puño, los libros en que estudian: y si no pueden copiarlos todos, copien al menos los mejores y más limpios.» («Aldo Manuzio saluda a Andrea Navagero, patricio véneto», en Píndaro, Odas · Calímaco, Himnos · Dionisio, Descripción de la tierra · Licofrón, Alexandra, enero 1513)
Sin duda, aquí alguien le hizo caso.
Aristóteles, Obras, vol. I, Aldo Manuzio, Venecia, 1 noviembre 1495. Cat. delle aldine (1495-1515) della Biblioteca Communale dell'Archiginnasio di Bologna (pdf)